Demócrito,
(ca. 460- 370)por herder
Filósofo griego clasificado entre los
presocráticos, aunque cronológicamente es contemporáneo de
Sócrates. Nació hacia el 460 a.C., en Abdera (Tracia). Para
realizar estudios viajó por Egipto, Persia y Babilonia, y quizás
por Etiopía y la India. Fue discípulo de Leucipo, y desarrolló con
mayor detalle su teoría atomista. Por esta razón, en la antigüedad,
algunos negaron la autenticidad de la existencia de Leucipo, ya que
atribuyeron el atomismo íntegramente a Demócrito. Se conservan
numerosos fragmentos de una gran cantidad y variedad de obras
(Trasilo le atribuye 52 libros, de los que no se conserva ninguno)
que, junto con las citas o referencias de otros autores de la
antigüedad, especialmente Aristóteles, son la fuente documental de
la teoría atomista. Aunque los fragmentos de sus muy numerosas obras
muestran una gran amplitud
de intereses: ética,cosmología,
música, matemáticas, lo más característico de su pensamiento es
la concepción física atomista.
Como Leucipo, Demócrito partió de
los principios establecidos por Parménides. Pero para respetar los
principios del eleatismo (lo que es debe ser necesariamente uno e
inmóvil) y, a la vez, para salvar las apariencias, es decir, para
dar cuenta de la apariencia del mundo sensorial (cambio, movimiento,
multiplicidad), afirmó la existencia de los átomos (cada uno de
ellos con las características atribuidas por Parménides a lo ente:
cada átomo es sólido, lleno e inmutable) y la existencia del vacío,
que es una especie de no-ser que explica la multiplicidad y el cambio
ya que, siendo lo que separa los átomos, permite el movimiento, la
generación y la corrupción, es decir, lo que permite los choques y
desplazamientos de los átomos.Para explicar la percepción sensible
(desechada por Parménides como vana ilusión), y partiendo de su
concepción pansomática, Demócrito sostuvo que también el alma
(RLP²) es corporal y mortal (formada, pues, por átomos). Como
entidad corporal, el alma mueve el cuerpo, pero también es afectada
por éste. Dicha afección del alma por el propio
cuerpo y por los cuerpos exteriores es
lo que explica el conocimiento sensorial. Ahora bien, estas
percepciones del mundo exterior carecen de plena objetividad. Esta
concepción es el antecedente más remoto de la distinción,
generalmente aceptada en la filosofía de los siglos XVII y XVIII,
entre cualidades primarias (objetivas) y cualidades secundarias
(subjetivas). Por ello, en el aspecto epistemológico, Demócrito
mantuvo un cierto escepticismo: «Nos es imposible llega a saber qué
es en realidad cada cosa», y «En realidad no conocemos nada, ya que
la verdad está en lo profundo». Consideró que el conocimiento
sensorial era un «conocimiento oscuro» y que las cualidades
sensibles de los cuerpos son reacciones de nuestra sensibilidad a las
propiedades de los átomos: «En nuestra creencia existe lo dulce y
lo amargo, lo caliente y lo frío, y así también existe el color;
pero la realidad es que sólo hay átomos y vacío».La exposición
del atomismo de Leucipo y Demócrito se halla en el artículo
dedicado al atomismo.
atomismo
Del griego (atomos), indivisible.
Concepción teórica según la cual los últimos elementos
constitutivos de la realidad son unidades materiales indivisibles y
discretas. En un sentido amplio, se habla también de atomismo cuando
se afirma que una realidad parcial concreta se compone de unidades
mínimas que no pueden ser divididas en otras. En este caso se trata
del atomismo psicológico, propio de las filosofías empiristas del
s.XVIII y de la psicología asociacionista, o bien del atomismo
lógico, que considera tanto el mundo como el pensamiento lógico
como compuesto por unidades atómicas.
Los primeros atomistas fueron los
filósofos presocráticos griegos Leucipo y Demócrito y, más
tarde, los epicúreos y Lucrecio, que plantearon la hipótesis
puramente especulativa de que la realidad material estaba compuesta
de átomos y vacío. Según ellos, que defendían el pansomatismo,
todos los cuerpos están formados por átomos, los cuales eran
elementos simples, sólidos y llenos, físicamente indivisibles,
eternos, en perpetuo movimiento, ilimitados en número, y distintos
sólo por la figura (skhéma), el orden (táxis) en que se unían y
la posición (thésis). Esta afirmación, que permitía superar las
contradicciones del continuo matemático (¿cómo podría ser
consistente una materia divisible hasta el infinito?), no fue
generalmente aceptada en el mundo antiguo, y solamente reapareció
tímidamente en el atomismo moderno. Con esta concepción distinguían
entre el infinito desde el punto de vista físico del infinito
matemático. Físicamente, hay un límite más allá del cual no es
posible la división: los átomos. En cambio, desde una perspectiva
meramente ideal, todo puede ser infinitamente dividido
matemáticamente.Según Aristóteles, los atomistas plantearon su
teoría para conciliar las ideas de Parménides (la realidad no
cambia) con los datos de los sentidos (hay cambio), manteniendo,
pues, los principios del eleatismo pero salvando las apariencias para
poder explicar el devenir y la multiplicidad, y otorgar un cierto
valor de verdad a la percepción sensorial. Sobre ello, dice
Aristóteles: «Algunos filósofos antiguos creyeron que lo que es
debe ser necesariamente uno e inmóvil; ya que siendo el vacío
no-ente, no podría existir el movimiento sin un vacío separado de
la materia, ni existir una pluralidad de cosas sin algo que las
separe [...] Pero Leucipo creyó tener una teoría que, concordando
con la percepción de los sentidos, no hacía desaparecer el
nacimiento, la corrupción, el movimiento ni la pluralidad de los
seres» (Sobre la generación y la corrupción, I,8,325a). «Leucipo
y su compañero Demócrito sostuvieron que los elementos son 'lo
lleno' y 'lo vacío', a los cuales llamaron 'ser' y 'no ser'
respectivamente. El ser es lleno y sólido; el no ser, vacío y
sutil. Como, según ellos, el vacío existe no menos que el cuerpo,
se sigue que el no ser existe no menos que el ser. Ambos
conjuntamente constituyen las causas materiales de todo lo existente»
(Metafísica,I,4,985b). Así, pues, los atomistas afirmaban que, por
una parte, existía el ser, identificado con «lo lleno», en forma
de infinitas partículas indivisibles (átomos), tan pequeñas que no
podían ser vistas y, por otra parte, el no-ser, identificado con «lo
vacío» y sutil. A su vez, clasificaban los cuerpos en simples y
complejos (formados por agregación de cuerpos simples o átomos),
razón por la cual consideraban que, en última instancia, solamente
existen los átomos y el vacío. La generación o la destrucción de
los cuerpos que captamos sensorialmente (y solamente podemos captar
los cuerpos complejos ya que los átomos no son visibles), es fruto
de la agregación o desagregación de sus átomos constituyentes.Los
átomos se diferenciaban entre sí según forma, orden y disposición
(A difiere de N, por forma; AN de NA, por orden, y Z de N por
disposición) -o, también, por forma, tamaño, disposición y orden
-, de manera que toda diferencia entre los átomos, que carecen de
cualidades sensibles, se explica por estas variaciones cuantitativas
en el espacio vacío (ver cita de Aristóteles). De esta manera, toda
diferencia cualitativa se explica, en última instancia, por
diferencias cuantitativas y, por ende, cuantificables. El vacío era
considerado el requisito para el movimiento de los átomos. De esta
forma, quedaba explicado el cambio observable en la naturaleza,
escapando así del callejón sin salida de la filosofía monista
eleática, que no admitía el cambio. Los átomos son, cada uno de
ellos, como el ser de Parménides: eternos, inmutables, sólidos,
llenos, increados, imperecederos y continuos, y poseen movimiento
propio y espontáneo. Pero el vacío permitía variaciones mecánicas
y cuantitativas, sin que dejaran de ser lo que eran. Los átomos
existían en movimiento desde siempre, chocando entre sí libremente
y al azar. Este movimiento, que no hay que atribuir a ninguna causa,
da origen no sólo a los cambios cuantitativos sino que es también
el torbellino que da origen al mundo, no sólo éste que vemos, sino
infinitos mundos, porque el movimiento es constante y los átomos y
el vacío infinitos. No hay finalidad alguna en estos mundos porque
todo es fruto del azar y de los mecanismos de unión y
entrelazamiento de átomos y no hay, más allá de los átomos y el
vacío, ninguna otra cosa, por lo que queda descartada toda
teleología. A esta concepción se la conocerá también,
posteriormente, como mecanicismo. El movimiento espontáneo y propio
de los átomos es comparado con el movimiento de las partículas de
polvo que podemos observar en un rayo de sol. Por ello, a veces se ha
dicho que el atomismo antiguo es una especie de «metafísica del
polvo». El choque espontáneo de los átomos en el vacío produce
todo cuanto existe, pues, en virtud de su forma, pueden rebotar los
unos en los otros, o unirse. Solamente aquellos que pueden unirse en
virtud de sus propiedades pueden dar lugar a cuerpos existentes, en
una especie de selección natural que permite afirmar que todo cuanto
es real es fruto de las uniones posibles.Puesto que todo ha de
explicarse por el movimiento mecánico de los átomos, en el mundo
hay necesidad y, puesto que estos movimientos son desconocidos para
el hombre y no responden a ningún plan teleológico, hay azar. En
este sentido, todo es fruto del azar y la necesidad. Consecuentemente
con su concepción pansomática, los atomistas antiguos incluso
explican el alma y el conocimiento por medio de los átomos. El alma
es un cierto tipo de fuego, de átomos pequeños y redondos, muy
movibles, como la vida. Y la actividad del alma, como el sentir y el
conocer, se lleva a cabo también por medio de átomos. Dice Aecio:
«Leucipo, Demócrito y Epicuro dicen que la percepción y el
pensamiento surgen cuando se produce el impacto de imágenes
procedentes del exterior, porque nadie sin ellas puede tener ninguna
de las dos cosas». Se tiene la visión, por ejemplo, cuando las
imágenes de las cosas (eidola), en forma de efluvios de átomos que
se trasladan por el vacío, entran en contacto con los efluvios que
salen del ojo (porque todos los cuerpos emiten efluvios de átomos e
imágenes). De esta manera, todo conocimiento es una forma de
con-tacto, y el tacto es, en última instancia, el único sentido
existente. Con ello daban explicación de la percepción sensible. A
su vez, y dado que el alma también está formada por átomos, el
pensamiento, actividad propia del alma, también es de naturaleza
atómica: los átomos de la RLP² están dispersos por todo el
cuerpo, comunicándole movimiento o concentrándose en alguna parte
del cuerpo que provoca el pensamiento. Pero dada esta concepción de
la percepción, Demócrito relativiza la validez del conocimiento y
afirma que las cualidades sensibles, tales como los colores, olores,
sabores, etc., carecen de auténtica objetividad, manteniendo una
actitud que aparece como el antecedente más remoto de la distinción
generalmente aceptada en la filosofía de los siglos XVII y XVIII
entre cualidades primarias (objetivas) y cualidades secundarias
(subjetivas). Por ello, en el aspecto epistemológico Demócrito
mantuvo un cierto escepticismo: «Nos es imposible llegar a saber qué
es en realidad cada cosa», y «En realidad no conocemos nada, ya que
la verdad está en lo profundo». Consideró que el conocimiento
sensorial era un «conocimiento oscuro» y que las cualidades
sensibles de los cuerpos son reacciones de nuestra sensibilidad a las
propiedades de los átomos: «En nuestra creencia existe lo dulce y
lo amargo, lo caliente y lo frío, y así también existe el color;
pero la realidad es que sólo hay átomos y vacío». Esta teoría
atómica, que no fue aceptada por Platón, jugó, sin embargo, un
poderoso atractivo sobre la filosofía de éste quien, en el Timeo,
en cierta forma, la incorpora. Pero, bajo la influencia pitagórica,
declara que los cuatro elementos constitutivos del mundo sensible
(tierra, fuego, aire y agua) dependen de la estructura de los
poliedros regulares (ver texto ) y éstos, a su vez, de las
propiedades de sus caras, reductibles dos tipos de triángulos (ver
texto ). De esta manera, en lugar de considerar que los átomos
tienen poder explicativo de lo real por sí mismos, remite tal
explicación a las propiedades geométricas inherentes a la materia.
Así, Platón, en lugar de afirmar, como Demócrito, que todo es
fruto del azar y la necesidad, afirma que es fruto de la inteligencia
y la necesidad o anankhé (ÿ<V(60) (ver texto ). Por su parte,
Aristóteles combatió el atomismo de Demócrito y consideró que no
es posible un análisis que nos lleve hasta estos hipotéticos
constituyentes últimos de la materia. En lugar, pues, de aceptar la
existencia de átomos de materia, Aristóteles -que consideraba las
propiedades de los cuerpos en función de unos conceptos relativos,
como los de materia y forma, y las cuatro causas-, afirmaba que
incluso los cuerpos más simples, incluidos los cuatro elementos, son
destructibles y pueden estar sometidos a alteración, pues pueden
estar sometidos al cambio entitativo. Bajo la gran influencia de
Platón y de Aristóteles el atomismo democríteo quedó relegado.
Después de Demócrito solamente los epicúreos y Lucrecio lo
defendieron en la antigüedad.
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