lunes, 30 de abril de 2018

ESTHER DIAZ POSMODERNIDAD Y VIDA COTIDIANA




Hipótesis a defender: Los sujetos nos vamos constituyendo a partir de las prácticas sociales de nuestro tiempo histórico y de los discursos que circulan dando cuenta de esas prácticas y coadyuvando a constituirlas. Nuestras prácticas – hoy – están dominadas por tecnologías sofisticadas y, en general, recientes. En cambio, nuestros discursos son herencias de prácticas ya perimidas o, al menos, cuestionadas. El choque entre las nuevas tecnologías y los léxicos heredados han producido una fragmentación en los procesos de constitución de los sujetos y, por lo tanto, de identificación de nosotros mismos. Somos sujetos fragmentados o multifrénicos, lo cual no necesariamente provoca una situación alarmante, ya que del caos – sabido es – puede surgir el orden o, mejor dicho, un nuevo orden. En la presente reflexión pretendo señalar algunas perspectivas de nuestra actual conformación como sujetos, es decir, señalar como nos autoidentificamos como sujetos a partir de nuestra vida cotidiana actual. 

Desarrollo del tema: me referiré en primer término a los dos léxicos heredados y hoy fragmentados a los que apelamos para dar cuenta de nosotros mismos: el lenguaje del romanticismo, utilizado comúnmente para dar cuenta de nuestra emotividad; y el lenguaje del modernismo, al que apelamos para determinar nuestra condición de seres racionales. Ambos son productos de la modernidad. Pues el romanticismo es una contracultura moderna (crítica de la modernidad) de fuerte influencia cultural y cotidiana expandida a comienzos del siglo XIX y con ramificaciones hasta la actualidad; mientras que el modernismo responde a una corriente artístico-científica, es decir cultural,  que se afianza en el paso del siglo XIX al XX y sigue marcando todavía su impronta en nuestra autoidentificación como seres organizados racionalmente. Y, en segundo término, me referiré a las principales tecnologías que le han dado su impronta específica a este siglo que declina. Entre estas tecnologías, se pueden diferenciar dos grupos fundamentales: las de bajo y las de alto nivel. Entre las primeras ubico el ferrocarril, el automóvil, los servicios postales públicos, el libro impreso a nivel masivo, la radiofonía, el cine y el teléfono. Y, entre las segundas, el transporte aéreo,  la pantalla de TV y de video y la computadora y toda su ramificación digital.

Condiciones de posibilidad de lo posmoderno. Si se quiere pensar en esta nueva experiencia de la cotidianidad, cabe remitirse, por lo menos a los acontecimientos surgidos a partir de  la Segunda Guerra Mundial. Momento histórico en el que los cambios avasallantes en las prácticas sociales y en la circulación de los discursos han alterado casi todas las maneras cotidianas de relacionarnos con los demás y con mundo. Por lo tanto, se ha alterado la manera de constituir nuestra propia identidad como personas. La identidad personal se conforma a partir de la confrontación entre los “modelos” que provee la realidad y nuestras propias valoraciones y conductas. La ciencia moderna ha pretendido que el mundo se compone a partir de entidades fijas y reconocibles. Otro tanto se supone que debe ocurrir con la constitución de las personas. Ahora bien, mientras para los modernos, en tanto racionalistas, los rasgos personales se manifiestan en el exterior de las personas, para el romanticismo (repito, una contracultura moderna) la “esencia” personal se refugia en un interior oculto a los ojos. “Los esencial es invisible a los ojos”, dice el Principito como respondiendo a un romanticismo del que ya no es contemporáneo.
Un paradigma moderno de creencia en identidades que se exteriorizan y pueden ser mensurable son los estudios de Lombroso y su consumado modernismo inductivista de fin del siglo XIX. Y, en la contrapartida romántica podemos citar el Werther, de Goethe, muriendo de amor, o al Woyseck de Heinrich Heine que en el paroxismo del romanticismo (1832) exclama “Qué misterio es el alma humana, asomarse a ella produce vértigo”.
Pero con anterioridad a estas contradicciones bipolares de la modernidad, existían modelos estables. Cuando los paradigmas identificatorias son fuertemente estables, parecerían que las identificaciones personales casi no presentan inconvenientes. Platón, por ejemplo, establece que cada individuo permanece en el rol que la sociedad ya tiene preestablecido para él; de modo tal que la clase de los carpinteros producirá carpinteros, la de los marinos, marinos, y así sucesivamente. No hay movilidades sociales, todo es más previsible y “ordenado”. Las identificaciones son unívocas y se evitan las indefiniciones, tan temidas por quienes aspiran a ejercer poderes hegemónicos (como sin lugar a dudas pretenden fundamentar las teorías políticas de tipo platónico, por un lado, y de cualquier poder totalizante, por otro). La ventaja de las identificaciones fijas se cifra en lo tranquilizante que resulta que cada quién se avenga a modelos estables. Lo terrible de ese tipo de identificaciones es lo inamovible de la identificación.
Pero la época actual no peca de identificaciones inamovibles, sino más bien, de la modificación casi permanente de los posibles parámetros de identificación. El mundo y la relación entre los sujetos han sufrido cambios profundos en lapsos cada vez más breves. Esto puede verse en todo tipo de relaciones, tales como las familiares, laborales, educativas o de relaciones sociales en general. Y, aunque muchos son los motivos, haré hincapié específicamente en los cambios tecnológicos en tanto y en cuanto afectan de manera radical nuestras formas de ver el mundo y, por ende, de vernos a nosotros mismos. Y como no podemos referenciar ni a nosotros ni al mundo sino a través del lenguaje, destacaré asimismo algunos usos reciclados que hacemos de los lenguajes heredados (específicamente, el romántico y el modernista).
Los cambios tecnológicos a lo largo del siglo han producido una alteración radical en nuestra forma de revelarnos a los demás y han cambiado la experiencia cotidiana de nosotros mismos. Considero que las verdades se construyen socialmente. En función de ello, las nociones de “verdadero” e incluso de “bueno” dependen de los dispositivos de poder que logran imponer socialmente sus propias creencias generando corrientes de opinión y –obviamente – de adhesión. Sin embargo, el cimbronazo social producido, entre otras cosas, por las nuevas tecnologías ha fragmentado o pulverizado los núcleos duros de ideas regulativas y rectoras de nuestras valores y conductas (caída de las ideologías).
Según el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein, “ los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje”. Si esto es así, estamos asistiendo a una experiencia inédita: atravesamos por experiencias que todavía no podemos incluir realmente en “nuestro mundo” en tanto no dispones todavía de un léxico propio para referenciarlas. Por ejemplo, hasta hace dos o tres décadas ser “novio”, significaba estar relacionado sentimentalmente con otra persona hasta que llegara el momento crucial del matrimonio y la convivencia. Hoy, la gente convive con alguien a quien llama su “novio (a)”, o se le suele llamar con el mismo término a una relación virtual como la mantenida por teléfono, emisoras de radio,  correo electrónico o chateo.
El lenguaje de la subjetividad es tanto más importante, porque no solo sirve para comprendernos a nosotros mismos, sino que sirve así mismo como sustento simbólico de las relaciones humanas. Pero, como las nuevas tecnologías se desarrollan más rápidamente que los nuevos léxicos que den cuenta de nuestra peculiar relación con ellas, asistimos a una suerte de destiempo o desencuentro entre las nuevas formas de cotidianeidad  surgidas de la eclosión de las tecnologías y el lenguaje desde el que comprendernos con respecto a ellas y a nuestras relaciones humanas.
Durante buena parte del siglo XX  la subjetividad se constituyo con los dos lenguajes que llamo “heredados”: el romántico para la emotividad, el moderno para la racionalidad. Desde el discurso racional, cada uno es responsable de sus propios actos. Esto conlleva la obligatoriedad de los deberes respecto de uno mismo y de los demás. Por otra parte, desde la emotividad, se constituyó una idea del amor por otro, en una relación de pareja, con la idea de una inmoralidad raigal para censurar a quien pretendiera estar vinculado a más de una persona sentimentalmente. Además, la modernidad, en cualquiera de sus dos versiones (romántica o modernista) ha invertido mucho, demasiado quizá, en la singularidad indeclinable de cada individuo. Y hemos terminado creyendo que esto es sustancial y universalmente así. No obstante, existen culturas en las que, de hecho, se dan otras formas de sensibilidad respecto de la persona y de las relaciones. Hasta la sensibilidad es una construcción social, no siempre coherente con las prácticas que la genera o, tal vez, complementaria de algunas de ellas. Respecto de esto, es digno destacarse que el romanticismo y su ensimismamiento en la interioridad es contemporáneo nada menos que de la gran expansión económico industrial de principios del siglo XIX. Aunque, como contrapartida, esa expansión responde al desarrollo de la ciencia moderna, cuyo gran sustento teórico proviene de la Ilustración que es totalmente racionalista y, por lo tanto, antirromántica.

Las nuevas formas de cotidianeidad. La diversidad social desatada por las tecnologías actuales ha permitido nuevas formas de relación y multiplicidad de prácticas sin puntos de valoraciones más o menos claros para adherir o rechazar, desde un punto de vista ético, las condiciones sociales vigentes. Parecería que estamos vertiendo vino nuevo en odres viejos.
Solemos manejar distinto “libretos” según nos comuniquemos personalmente, o por fax, o por teléfono, o por correo electrónico o por chateo, o por videoconferencia, en fin, o con distinto rango de personas. Esto no es sustancialmente nuevo, es la intensidad de los cambios sucesivos de circunstancias – debido a la proliferación de las nuevas maneras de comunicarnos – lo que realmente es inédito. Es como si la “verdad” sobre nosotros mismos, fuera una construcción momentánea. Oscilamos entre la intensidad de los sentimientos (que proviene de nuestro heredado lenguaje romántico) a la concepción del sujeto como máquina racional (que responde a nuestro legado moderno). Se trata de poderosas formas lingüísticas a las que apelamos para defender nuestras propias posiciones (que obviamente también son inestables y cambiantes. Pero a raíz de las prácticas cada más disímiles propias del mundo que nos tocó vivir, hay una fuerza tendencia a la pulverización de las formas de relación tradicionales, así como una resistencia al cambio que pretende volver a ellas.
Pero las nuevas tecnologías colonizan nuestra subjetividad y hacen que el léxico sobre nosotros mismos heredado, repito, del romanticismo y del modernismo, se torne obsoleto. Para evaluar someramente la magnitud del cambio cultural y por lo tanto cotidiano al que asistimos, podemos clasificar las tecnologías surgidas entre fines del siglo XIX y comienzo del XX, agregando luego las que surgieron  (o se expandieron) hacia el fin del milenio. Denominaré a las primeras “Principales tecnologías de bajo nivel”, y a las segundas “Principales tecnologías de alto nivel”. Se pueden considerar de bajo nivel (a la vista del nivel que han alcanzado las que les siguieron) el ferrocarril, el automóvil, los servicios postales público, el libro impreso universalizado, la radiofonía, el cine y el teléfono. Y serían de alto nivel los transportes aéreos, la televisión y la informática.

Consecuencias que se desprenden de las nuevas tecnologías:
-         Multiplicidad espacial, temporal y relacional.
-         Rescate de lo retro, pero con proyección a futuro. Se intensifica el pasado (foto, cine, video, grabadores, moda, almacenamiento de datos).
-         Nos convertimos en terminales de computadores.
-         Multiplicación y obsolescencia de las relaciones
-         Cambia la noción de “niñez”, ya no se es más “un adulto en pequeño”, como en la modernidad, ni “alguien que debe madurar”, como a principio de siglo XX; sino un ser que descubre rápidamente la vulnerabilidad de los adultos y deambula por una multiplicidad de figuras identificatorias (personajes de TV, abuelos, lideres de la música popular, etc.,)
-         Cuando más comprometemos el cuerpo, más lo elidimos: radio-oídos, TV-mirada, PC-manos, pero contactos virtuales, más que reales.
-         El conocimiento, de valor de uso ha pasado ha valor de cambio
-         Relaciones afectivas “de microondas”
-         Solidaridad mediática, no ya regida por un imperativo categórico, sino emotiva.
-         De “aldea global”, estamos pasando  “células globales” (un televiso o una PC en cada habitación de la casa)

Un camino posible: ya que nos constituimos a partir de estas prácticas, plantearnos la posibilidad de hacer una obra de arte con nuestra propia vida. Pero sabiendo que la obra de arte, hoy, no necesariamente es un entidad dada de una vez y para siempre, sino varias multiplicidades ético-estéticas renovables, cambiable, perfectibles…efímeras.  
Esther Díaz

lunes, 16 de abril de 2018

ETICA TEXTO INTRODUCTORIO DE SABATER

CAPÍTULO PRIMERO
DE QUÉ VA LA ÉTICA


Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas nuevas; otras, para
aprender una destreza que permita hacer o utilizar algo; la mayoría, para obtener un puesto de trabajo y ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni necesidad de realizar tales estudios podemos prescindir tranquilamente de ellos. Abundan los conocimientos muy interesantes pero sin los cuales uno se las arregla bastante bien para vivir: yo, por ejemplo,
lamento no tener ni idea de astrofísica ni de ebanistería, que a otros les darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia no me ha impedido ir tirando hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces las reglas del fútbol pero estás bastante pez en béisbol. No tienemayor importancia, disfrutas con los mundiales, pasas olímpicamente de la liga americana ytodos tan contentos.
Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad. Comonadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lomucho que ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero se vive. Ahora bien, otras cosas hay
que saberlas porque en ello, como suele decirse, nos va la vida. Es preciso estar enterado,por ejemplo de que saltar desde el balcón de un sexto piso no es cosa buena para la salud;o de que una dieta de clavos (¡con perdón de los fakires!) y ácido prúsico no permite llegar a
viejo. Tampoco es aconsejable ignorar que si uno cada vez que se cruza con el vecino le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o después muy desagradables.
Pequeñeces así son importantes. Se puede vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan vivir.
En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el deque ciertas cosas nos convienen y otras no. No nos convienen ciertos alimentos ni nosconvienen ciertos comportamientos ni ciertas actitudes. Me refiero, claro está , a que no nos
convienen si queremos seguir viviendo. Si lo que uno quiere es reventar cuanto antes, beberlejía puede ser muy adecuado o también procurar rodearse del mayor número de enemigos
posible. Pero de momento vamos a suponer que lo que preferimos es vivir: los respetablesgustos del suicida los dejaremos por ahora de lado. De modo que ciertas cosas nosconvienen y a lo que nos conviene solemos llamarlo «bueno» porque nos sienta bien; otras,
en cambio, nos sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos «malo». Saber lo quenos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que todos
intentamos adquirir —todos sin excepción— por la cuenta que nos trae.
Como he señalado antes, hay cosas buenas y malas para la salud: es necesario saber loque debemos comer, o que el fuego a veces calienta y otras quema, así como el aguapuede quitar la sed pero también ahogarnos. Sin embargo, a veces las cosas no son tan
sencillas: ciertas drogas, por ejemplo, aumentan nuestro brío o producen sensacionesagradables, pero su abuso continuado puede ser nocivo. En unos aspectos son buenas,pero en otros malas: nos convienen y a la vez no nos convienen. En el terreno de lasrelaciones humanas, estas ambigüedades se dan con aún mayor frecuencia. La mentira es
algo en general malo, porque destruye la confianza en la palabra —y todos necesitamoshablar para vivir en sociedad— y enemista a las personas; pero a veces parece que puede
ser útil o beneficioso mentir para obtener alguna ventajilla. O incluso para hacerle un favor aalguien. Por ejemplo: ¿es mejor decirle al enfermo de cáncer incurable la verdad sobre su
estado o se le debe engañar para que pase sin angustia sus últimas horas? La mentira no
nos conviene, es mala, pero a veces parece resultar buena. Buscar gresca con los demás ya
hemos dicho que es por lo común inconveniente, pero ¿debemos consentir que violen
delante de nosotros a una chica sin intervenir, por aquello de no meternos en líos? Por otra
parte, al que siempre dice la verdad —caiga quien caiga— suele cogerle manía todo el
mundo; y quien interviene en plan Indiana Jones para salvar a la chica agredida es más
probable que se vea con la crisma rota que quien se va silbando a su casa. Lo malo parece
a veces resultar más o menos bueno y lo bueno tiene en ocasiones apariencias de malo.
Vaya jaleo.
Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a qué
debemos hacer. En matemáticas o geografía hay sabios e ignorantes, pero los sabios están
casi siempre de acuerdo en lo fundamental. En lo de vivir, en cambio, las opiniones distan
de ser unánimes. Si uno quiere llevar una vida emocionante, puede dedicarse a los coches
de fórmula uno o al alpinismo; pero si se prefiere una vida segura y tranquila, será mejor
buscar las aventuras en el videoclub de la esquina. Algunos aseguran que lo más noble es
vivir para los demás y otros señalan que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno.
Según ciertas opiniones lo que cuenta es ganar dinero y nada mas, mientras que otros
arguyen que el dinero sin salud, tiempo libre, afecto sincero o serenidad de ánimo no vale
nada. Médicos respetables indican que renunciar al tabaco y al alcohol es un medio seguro
de alargar la vida, a lo que responden fumadores y borrachos que con tales privaciones a
ellos desde luego la vida se les haría mucho más larga. Etc...
En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo
con todos. Pero fíjate que también estas opiniones distintas coinciden en otro punto: a saber,
que lo que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo que quiera cada
cual. Si nuestra vida fuera algo completamente determinado y fatal, remediable todas estas
disquisiciones carecerían del más mínimo sentido. Nadie discute si las piedras deben caer
hacia arriba o hacia abajo: caen hacia abajo y punto. Los castores hacen presas en los
arroyos y las abejas panales de celdillas hexagonales: no hay castores a los que tiente
hacer celdillas de panal, ni abejas que se dediquen a la ingeniería hidráulica. En su medio
natural, cada animal parece saber perfectamente lo que es bueno y lo que es malo para él,
sin discusiones ni dudas. No hay animales malos ni buenos en la naturaleza, aunque quizá
la mosca considere mala a la arana que tiende su trampa y se la come. Pero es que la araña
no lo puede remediar...
Voy a contarte un caso dramático. Ya conoces a las termitas, esas hormigas blancas que en
África levantan impresionantes hormigueros de varios metros de alto y duros como la piedra.
Dado que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza quitinosa que
protege a otros insectos, el hormiguero les sirve de caparazón colectivo contra ciertas
hormigas enemigas, mejor armadas que ellas. Pero a veces uno de esos hormigueros se
derrumba por culpa de una riada o de un elefante (a los elefantes les gusta rascarse los
flancos contra los termiteros, qué le vamos a hacer). En seguida, las termitas-obrero se
ponen a trabajar para reconstruir su dañada fortaleza a toda prisa. Y las grandes hormigas
enemigas se lanzan al asalto. Las termitas-soldado salen a defender a su tribu e intentan
detener a las enemigas. Como ni por tamaño ni por armamento pueden competir con ellas,
se cuelgan de las asaltantes intentando frenar todo lo posible su marcha, mientras las
feroces mandíbulas de sus asaltantes las van despedazando. Las obreras trabajan con toda
celeridad y se ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido... pero lo cierran dejando fuera
a las pobres y heroicas termitas-soldado, que sacrifican sus vidas por la seguridad de las
demás. ¿No merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son
valientes?
Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero cuenta la historia de Héctor, el
mejor guerrero de Troya, que espera a pie firme fuera de las murallas de su ciudad a
Aquiles, el enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más fuerte que él y
que probablemente va a matarle. Lo hace por cumplir su deber, que consiste en defender a
su familia y a sus conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda de que Héctor es un
héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y valiente del mismo modo que las
termitas-soldado, cuya gesta millones de veces repetida ningún Homero se ha molestado en
contar? ¿No hace Héctor, a fin de cuentas, lo mismo que cualquiera de las termitas
anónimas? ¿Por qué nos parece su valor más auténtico y más difícil que el de los insectos?
¿Cuál es la diferencia entre un caso y otro?
Sencillamente, la diferencia estriba en que las termitas-soldado luchan y mueren porque
tienen que hacerlo, sin poderlo remediar (como la araña que se come a la mosca). Héctor,
en cambio, sale a enfrentarse con Aquiles porque quiere. Las termitas-soldado no pueden
desertar, ni rebelarse, ni remolonear para que otras vayan en su lugar: están programadas
necesariamente por la naturaleza para cumplir su heroica misión. El caso de Héctor es
distinto. Podría decir que está enfermo o que no le da la gana enfrentarse a alguien más
fuerte que él. Quizá sus conciudadanos le llamasen cobarde y le tuviesen por un caradura o
quizá le preguntasen qué otro plan se le ocurre para frenar a Aquiles, pero es indudable que
tiene la posibilidad de negarse a ser héroe. Por mucha presión que los demás ejerzan él,
siempre podría escaparse de lo que se supone que debe hacer: no está programado para
ser héroe, ningún hombre lo está. De ahí que tenga mérito su gesto y que Homero cuente su
historia con épica emoción. A diferencia de las termitas, decimos que Héctor es libre y por
eso admiramos su valor.
Y así llegamos a la palabra fundamental de todo este embrollo: libertad. Los animales (y no
digamos ya los minerales o las plantas) no tienen más remedio que ser tal como son y hacer
lo que están programados naturalmente para hacer. No se les puede reprochar que lo hagan
ni aplaudirles por ello porque no saben comportarse de otro modo. Tal disposición
obligatoria les ahorra sin duda muchos quebraderos de cabeza. En cierta medida, desde
luego, los hombres también estamos programados por la naturaleza. Estamos hechos para
beber agua, no lejía, y a pesar de todas nuestras precauciones debemos morir antes o
después. Y de modo menos imperioso pero parecido, nuestro programa cultural es
determinante: nuestro pensamiento viene condicionado por el lenguaje que le da forma (un
lenguaje que se nos impone desde fuera y que no hemos inventado para nuestro uso
personal) y somos educados en ciertas tradiciones, hábitos, formas de comportamiento,
leyendas..., en una palabra, que se nos inculcan desde la cunita unas fidelidades y no otras.
Todo ello pesa mucho y hace que seamos bastante previsibles. Por ejemplo, Héctor, ese del
que acabamos de hablar. Su programación natural hacía que Héctor sintiese necesidad de
protección, cobijo y colaboración, beneficios que mejor o peor encontraba en su ciudad de
Troya. También era muy natural que considerara con afecto a su mujer Andrómaca —que le
proporcionaba compañía placentera— y a su hijito, por el que sentía lazos de apego
biológico. Culturalmente se sentía parte de Troya y compartía con los troyanos la lengua, las
costumbres y las tradiciones. Además, desde pequeño le habían educado para que fuese un
buen guerrero al servicio de su ciudad y se le dijo que la cobardía era algo aborrecible,
indigno de un hombre. Si traicionaba a los suyos, Héctor sabía que se vería despreciado y
que le castigarían de uno u otro modo. De modo que también estaba bastante programado
para actuar como lo hizo, ¿no? Y sin embargo...
Sin embargo, Héctor hubiese podido decir: ¡a la porra con todo! Podría haberse disfrazado
de mujer para escapar por la noche de Troya, o haberse fingido enfermo o loco para no
combatir, o haberse arrodillado ante Aquiles ofreciéndole sus servicios como guía para
invadir Troya por su lado más débil también podría haberse dado a la bebida o haber
inventado una nueva religión que dijese que no hay que luchar contra los enemigos sino
poner la otra mejilla cuando nos abofetean. Me dirás que todos estos comportamientos
hubiesen sido bastante raros, dado quien era Héctor y la educación que había recibido. Pero
tienes que reconocer que no son hipótesis imposibles mientras que un castor que fabrique
panales o una termita desertora no son algo raro sino estrictamente imposible. Con los
hombres nunca puede uno estar seguro del todo, mientras que con los animales o con otros
seres naturales sí. Por mucha programación biológica o cultural que tengamos, los hombres
siempre podemos optar finalmente por algo que no esté en el programa (al menos, que no
esté del todo). Podemos decir «sí» o «no», quiero o no quiero. Por muy achuchados que nos
veamos por las circunstancias, nunca tenemos un solo camino a seguir sino varios.
Cuando te hablo de libertad es a esto a lo que me refiero. A lo que nos diferencia de las
termitas y de las mareas, de todo lo que se mueve de modo necesario e irremediable. Cierto
que no podemos hacer cualquier cosa que queramos, pero también es cierto que no
estamos obligados a querer hacer una sola cosa. Y aquí conviene señalar dos aclaraciones
respecto a la libertad:
Primera: No somos libres de elegir lo que nos pasa (haber nacido tal día, de tales padres y
en tal país, padecer un cáncer o ser atropellados por un coche, ser guapos o feos, que los
aqueos se empeñen en conquistar nuestra ciudad, etc.) sino libres para responder a lo que
nos pasa de tal o cual modo (obedecer o rebelarnos, ser prudentes o temerarios, vengativos
o resignados, vestirnos a la moda o disfrazarnos de oso de las cavernas, defender Troya o
huir, etc.).
Segunda: Ser libres para intentar algo no tiene nada que ver con lograrlo indefectiblemente.
No es lo mismo la libertad (que consiste en elegir dentro de lo posible) que la omnipotencia
(que sería conseguir siempre lo que uno quiere, aunque pareciese imposible). Por ello,
cuanta más capacidad de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de
nuestra libertad. Soy libre de querer subir al monte Everest, pero dado mi lamentable estado
físico y mi nula preparación en alpinismo es prácticamente imposible que consiguiera mi
objetivo. En cambio soy libre de leer o no leer, pero como aprendí a leer de pequeñito la
cosa no me resulta demasiado difícil si decido hacerlo. Hay cosas que dependen de mi
voluntad (y eso es ser libre) pero no todo depende de mi voluntad (entonces sería
omnipotente), porque en el mundo hay otras muchas voluntades y otras muchas
necesidades que no controlo a mi gusto. Si no me conozco ni a mí mismo ni al mundo en
que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario. Pero, cosa importante,
no por ello dejaré de ser libre... aunque me escueza.
En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o
enfermedades hasta tiranos. Pero también nuestra libertad es una fuerza en el mundo,
nuestra fuerza. Si hablas con la gente, sin embargo, verás que la mayoría tiene mucha más
conciencia de lo que limita su libertad que de la libertad misma. Te dirán: «¿Libertad? ¿Pero
de qué libertad me hablas? ¿Cómo vamos a ser libres, si nos comen el coco desde la
televisión, si los gobernantes nos engañan y nos manipulan si los terroristas nos amenazan,
si las drogas nos esclavizan, y si además me falta dinero para comprarme una moto, que es
lo que yo quisiera?» En cuanto te fijes un poco, verás que los que así hablan parece que se
están quejando pero en realidad se encuentran muy satisfechos de saber que no son libres.
En el fondo piensan: «¡Uf! ¡Menudo peso nos hemos quitado de encima! Como no somos
libres, no podemos tener la culpa de nada de lo que nos ocurra...» Pero yo estoy seguro de
que nadie —nadie— cree de veras que no es libre, nadie acepta sin más que funciona como
un mecanismo inexorable de relojería o como una termita. Uno puede considerar que optar
libremente por ciertas cosas en ciertas circunstancias es muy difícil (entrar en una casa en
llamas para salvar a un niño, por ejemplo, o enfrentarse con firmeza a un tirano) y que es
mejor decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se prefiere lo más fácil, es
decir esperar a los bomberos o lamer la bota que le pisa a uno el cuello. Pero dentro de las
tripas algo insiste en decirnos: «Si tú hubieras querido...»
Cuando cualquiera se empeñe en negarte que los hombres somos libres, te aconsejo que le
apliques la prueba del filósofo romano. En la antigüedad, un filósofo romano discutía con un
amigo que le negaba la libertad humana y aseguraba que todos los hombres no tienen más
remedio que hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle estacazos
con toda su fuerza. «¡Para, ya está bien, no me pegues más!», le decía el otro. Y el filósofo,
sin dejar de zurrarle, continuó argumentando: «¿No dices que no soy libre y que lo que hago
no tengo más remedio que hacerlo? Pues entonces no gastes saliva pidiéndome que pare:
soy automático.» Hasta que el amigo no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de
pegar, el filósofo no suspendió su paliza. La prueba es buena, pero no debes utilizarla más
que en último extremo y siempre con amigos que no sepan artes marciales...
En resumen: a diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos
inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece
bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e
inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a
los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente
fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita
acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética. De ello, si
tienes paciencia, seguiremos hablando en las siguientes páginas de este libro.
Vete leyendo...
«¡Y si ahora, dejando en el suelo el abollonado escudo y el fuerte casco y apoyado la
pica contra el muro, saliera al encuentro del inexorable Aquiles, le dijera que permitía a los
Atridas llevarse a Helena y las riquezas que Alejandro trajo a Ilión en las cóncavas naves,
que esto fue lo que originó la guerra, y le ofreciera repartir a los aqueos la mitad de lo que la
ciudad contiene y más tarde tomara juramento a los troyanos de que, sin ocultar nada,
formasen dos lotes con cuantos bienes existen dentro de esta hermosa ciudad?... Mas ¿por
qué en tales cosas me hace pensar el corazón?» (Homero, Ilíada).
«La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la
conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No. En
su brevedad instantánea, como a la luz del relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la
naturaleza humana» (Octavio Paz, La otra voz).
«La vida del hombre no puede "ser vivida" repitiendo los patrones de su especie; es
él mismo —cada uno— quien debe vivir. El hombre es el único animal que puede estar
fastidiado, que puede estar disgustado, que puede sentirse expulsado del paraíso» (Erich
Fromm, Ética y psicoanálisis).

MATERIAL EXTRAÍDO DE "ETICA PARA AMADOR" DE FERNANDO SABATER

SOBRE ÉTICA, INTRODUCCIÓN VIDEO







SOBRE METAFISICA, INTRODUCCIÓN VIDEO MAS TEXTO





TEXTO EXTRAÍDO DEL LIBRO


¿PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA?”
(DARIO SZTANJNSZRAJBER)

5. La pregunta por el ser


Una de las preguntas claves de la filosofía es la pregunta por el ser. ¿Pero qué es la pregunta por el Ser? ¿Qué significa preguntarnos por elser? Por ejemplo, me pregunto ¿qué es este inodoro?, y nuestra mente rápidamente busca entender qué tipo de artefacto es un inodoro, de qué está hecho,
para qué sirve, cómo fue construido, incluso se puede hacer una historia del inodoro y de sus respectivas formas en tiempos históricos varios. Siempre abordamos la pregunta por el inodoro poniendo el acento en su funcionamiento. En realidad cuando indago qué es un inodoro, lo que busco
es saber cómo funciona este aparato. Pregunto por el ser y respondo por el cómo. Pregunto por el qué y respondo por el cómo. Y no está mal. Una de las formas de responder la pregunta por el ser es a través del funcionamiento de cualquier ente.

Las cosas, las entidades que nos rodean tienen un sentido, «funcionan», sirven para algo, poseen una razón de ser. Son útiles. Así, si yo pregunto qué es la orina, hay todo un saber que responde a partir del entrecruzamiento disciplinar de la biología y la química como mínimo. O si pregunto qué
es una cadena de un inodoro, intervienen otros saberes como la mecánica o la ingeniería. Pero en todos los casos entiendo la pregunta por el ser como una pregunta que busca incluir el sentido de cualquier entidad en una red conceptual que la contenga. Explicar algo no es más que hacerlo parte
de una trama dentro de la cual cobra sentido.

 Inodoro va siempre con baño que va siempre con orina  que va siempre con intimidad que va siempre con la separación entre lo público y lo privado que ¿va
siempre? Por eso, entramar todo concepto es algo importante de no dar por obvio, en especial
cuando nuestra tradición siempre ha apostado a entender el ser como algo cerrado, propio de la cosa,
como una especie de alma o corazón del objeto cuyo objetivo es darle sentido. Quiero decir; poner
en evidencia que todo es parte de una trama es antes que nada desnaturalizar su significado,
relativizarlo. O más que relativizarlo, es desencializarlo, descentrarlo de su obvia conexión esencial
con las cosas, mostrar el carácter de constructo de toda esencia.

¿Qué es una esencia? Algo sin lo cual, la entidad deja de ser lo que es. Así de simple. La
esencia de este inodoro no es su color blanco, ni su material, ni su tamaño, ya que todos estos rasgos
pueden cambiar y el inodoro sigue siendo lo que es. Está claro que la esencia es la clave, el nudo, el
ADN de cualquier objeto y por ello define su ser. La misma palabra «esencia» deriva en latín del
verbo ser. ¿Pero realmente podemos captar el ser de algo como si se tratase de un espíritu interior
que habita en la cosa y le da sentido? ¿Realmente creemos que aquello que define a cualquier cosa es
algo autónomo, autárquico, estable, y que no debe relacionarse con nada ya que sino estaría
dependiendo de otra cosa y por eso perdiendo su propósito? O dicho de otro modo, ¿es posible
pensar algo por fuera de su contexto? ¿Qué sería este baño para un marciano que nunca haya visto o
sabido que existe la orina? Sin hablar de que tal vez nunca haya visto o percibido una línea, un
segundo, una dimensión, una palabra. ¿Son los conceptos con los que nos manejamos nociones
independientes, o se encuentran siempre en relación con otros conceptos? Un dilema que nos arroja
concepciones muy diferentes de la realidad. ¿Qué diría un marciano? El marciano ahondaría la
segunda manera de comprender la pregunta por el ser. ¿Pero cuál es?
Si un marciano apareciera por primera vez en nuestro planeta y cayera justo en este bar, ¿qué
cosas no entendería? Supongamos que la idea de marciano refiere a una otredad radical, esto es, a
alguien que no comparte nada de nuestra concepción de lo real.

 Supongamos que no solo no fuese una criatura material o corporal, sino que además no compartiese nuestra lógica, nuestra racionalidad. Si así fuera, no entendería nada. Pero nada de nada. No solo se sorprendería de ese líquido transparente
con olor a alcohol que estamos todos ingiriendo, sino que no entendería qué es un vaso, y por qué en
su interior hay líquido; pero además qué es un líquido, y por qué lo tomamos, y por qué el líquido
desaparece detrás de nuestras bocas. Pero esto no es todo, sino que está lejos de ser algo: no
comprendería las leyes más básicas de la lógica, de la causalidad, de la secuencia. Lo asombraría no
esta pared o esta sonrisa, sino que haya formas, colores, dimensiones. Lo asombraría todo.
Hay algo en la pregunta por el ser en esta perspectiva. Tiene que ver con la recuperación
originaria de la capacidad de asombro. Claro está que todo radica en el lugar que le damos al ser.
Casi como llegando a la pregunta más temible: ¿qué es el ser? La pregunta tautológica, la pregunta de
todas las preguntas. Si el ser es el principio o el punto de llegada (que para el caso es lo mismo), el
ser se vuelve el fundamento del funcionamiento de las cosas. Se lo piensa así como ser supremo. Se
lo piensa así como aquello que le da ser a todas las cosas. Y sin embargo, si aún concebimos a lo
real como una escalera jerárquica donde cada escalón superior fundamenta y da sentido al escalón
inferior y necesitamos entonces que haya un último escalón definitivo para que el universo todo nos
cierre sin fisuras, entonces el ser se vuelve fundamento último cuya presencia explica por derivación
el funcionamiento de todo lo que hay. El ser se vuelve la clave del orden. Pero si por el contrario,
entendemos al ser como un resto, esto es, como la pregunta que se haría siempre el marciano que
observa todo desde un lugar desacostumbrado y se anima a interpelar lo real: ¿qué es la ginebra?
Pero no quién la hace o de qué está hecha o qué tipo de alimento es o qué efectos genera en nuestro
cuerpo, sino ¿por qué hay ginebra?, ¿qué significa que la ginebra sea, y que sea así y no de otro
modo, y por qué de entre las infinitas combinaciones posibles que se podría haber dado entre los
líquidos, se dio sin embargo una entre millones que dio como resultado a la ginebra que se viene
produciendo hace siglos como una bebida alcohólica más en un mundo donde los hombres toman este
tipo de bebidas y no otras cuando podrían haber tomado otros millones tipos de bebida? O mejor;

¿qué resto queda una vez que dejamos de lado todo lo que hay dicho y explicado sobre la ginebra, de
modo tal que si se nos ocurriese una nueva respuesta también pudiésemos seguir interrogándola con
un nuevo por qué? Un resto que nunca se constituye en algo porque siempre sobra…
La pregunta por el ser o la pregunta del marciano va por otro lado, recorre otra perspectiva
posible o apunta a lo imposible. No se preocupa por lo que de ginebra tiene esta ginebra, sino que se
preocupa por lo que tiene de ser, ya que antes que nada, la ginebra es. O dicho de otro modo; tengo
ante mí una «entidad ginebra». A la filosofía le interesa lo que tiene de «entidad» y no lo que tiene de
«ginebra». La ginebra es algo, lo que sea, no importa. Pero es algo. A la filosofía le interesa por qué
es algo y algo peor, ¿por qué es?
Me están mirando mal. El señor que me hablaba de la inflación le está susurrando a otros algo
sobre mi persona. Me doy cuenta. Pago y salgo. Me persiguen con las miradas. ¿Será así o me siento
perseguido? Pero giro sobre mis espaldas y ya no veo que nadie me esté mirando. Cuando se duda de
todo, se entra en un estado de extrañamiento. ¿Y si mejor vuelvo? Estaba rica la ginebra. 

¿Pero qué  es la ginebra? Y así…

viernes, 6 de abril de 2018

video MENTIRA LA VERDAD LA VERDAD para ampliar información


En este video se problematiza la cuestión de lo verdadero

TEORÍAS DE LA VERDAD, MATERIAL COMPLEMENTARIO

A continuación, te ofrecemos un resumen sobre las distintas teorías de la verdad según un libro de Filosofía para la escuela secundaria.(1)



A. La verdad como correspondencia
A pesar de ser la forma de entender la verdad más cercana a nuestra actitud cotidiana, la teoría de la verdad como correspondencia es una de las más difíciles de explicar. Habitualmente consideramos que alguien dice la verdad cuando describe de manera adecuada la realidad o, para ser más precisos, un estado de cosas. Por el contrario, consideramos falsa una proposición cuando lo que la misma describe no coincide con lo que las cosas “son” o con la manera en que ocurrieron los hechos. Por ejemplo, si alguien afirma “Me saqué un 10 en matemática” y luego encontramos su evaluación y leemos que la nota es un 4, diremos que la afirmación es falsa. Si alguien nos asegura que llueve y luego, cuando salimos de la escuela, observamos que es así, diremos que la proposición enunciada es verdadera.
Esta primera aproximación pone de manifiesto, primero, que el término “correspondencia” implica que en esta teoría existen dos extremos que se relacionan. Estos son las proposiciones o las afirmaciones, por un lado, y los “hechos”, por el otro. En segundo lugar, también se observa que la exigencia para que la proposición sea verdadera es que la relación sea de su “adecuación” a los hechos, que lo que se diga concuerde con el caso.
Esta forma de comprender la verdad tiene una larga historia, que remite a Aristoteles, quien sostiene en la Metafísica que: “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso; mientras que decir de lo que es que es, o de lo que no es que no es, es verdadero.”
B. Verdad es lo que funciona
La segunda teoría es la pragmática. “Pragmático” viene de pragmatikos, en griego, relacionado con la acción. La teoría pragmatista privilegia la acción (praxis) como proceso de conocimiento y también como criterio de verdad.
Existe algo de la concepción de la verdad como correspondencia que se mantiene en la teoría pragmatista de la verdad. William James sostiene que está de acuerdo con los correspondentistas (a los que llama “racionalistas”) con respecto a que la verdad consiste en la “adecuación” de las ideas con la realidad; pero no coincide con ellos en qué se entiende por “adecuación”, ni por “realidad”. Si para definir la adecuación debemos suponer que la realidad es estática y que, en consecuencia, las creencias o proposiciones verdaderas se establecen de una vez y para siempre, entonces el pragmatismo estará en desacuerdo porque considera que tanto los “hechos” como las verdades sobre ellos están en constante transformación mediante nuestra experiencia. Dicho en otras palabras, para el pragmatismo no existen hechos del mundo “fijos”, que puedan ser reflejados por nuestras afirmaciones, sino que lo que para nosotros (y para la ciencia) es el mundo, es producto de nuestras experiencias, y nuestras creencias se hacen verdaderas a partir de nuestra interaccion con el mundo. En este sentido, una creencia verdadera no es más que una creencia nacida de nuestra experiencia y beneficiosa para ellas; y perseguir la verdad no responde solamente a una curiosidad teorica sino al objetivo de obtener instrumentos útiles para conducirnos en el mundo.
[…]
Para los pragmatistas, la verdad es una creencia que, por sobre todo, es útil, está orientada a facilitar nuestro accionar en el mundo y no a obtener su descripción. De ahí que, si alguno de nosotros sostuviera que puede salir de la habitación atravesando una pared, por ejemplo, su afirmación no sería verdadera porque, de ponerla en práctica, fracasaría en su intento de pasar al ambiente contiguo […]. En cambio, si la creencia fuera que solo a través de un espacio abierto en la pared es posible pasar de un ambiente al otro, entonces sería verdadera porque nos permitiría alcanzar con éxito nuestro fin pragmático. De ahí que muchas veces se suela sintetizar la posición pragmatista diciendo que, para ella, una proposición es verdadera, si “funciona”. Creencia, experiencia y verdad son procesos nunca cerrados, que se corrigen los unos a los otros. En este sentido dice James: “[Las] creencias nos hacen actuar y, tan pronto como lo hacen, descubren u originan nuevos hechos que, consiguientemente, vuelven a determinar las creencias. Asi, todo el ovillo de la verdad, a medida que se desenrolla, es el producto de una doble influencia. Lsa verdades emergen de los hechos, pero vuelven a sumirse en ellos de nuevo y los aumentan: esos hechos, otra vez, crean o revelan una nueva verdad (…) y así indefinidamente.” […]

C. Es verdad si es coherente
A diferencia de las dos teorías anteriores, en las cuales el lenguaje de alguna manera se “comparaba” con la realidad en una relación de adecuación, la teoría de la verdad coom coherencia se mantiene en el interior del lenguaje. Esto significa que la adecuación, en este caso, se establece entre las proposiciones. Encontramos esta forma de establecer la verdad en las novelas de detectives cuando el investigador […] pregunta: “¿Cómo es posible que diga ahora usted que se manchó cuando se sirvió café de la máquina, si usted afirmó que jamás toma café de la máquina de la oficina?”. Con esta pregunta, lo que se está diciendo es que los enunciados “Mi traje se manchó de café cuando me serví de la máquina de la oficina” y “Jamás tomo café de la máquina de la oficina” son incoherentes entre sí, no pueden ser ambos verdaderos (al mismo tiempo y en el mismo sentido). Por supuesto, solo con saber que uno de los dos enunciados tiene que ser falso no es posible establecer cuál de los dos lo es. Para eso, o bien será necesario ampliar el conjunto de proposiciones relacionadas con estas dos, o bien habrá que recurrir a la correspondencia (lo cual, en cierto sentido, indica un límite para la aplicación del criterio de la coherencia).
D. La verdad está en la interpretación – La teoría hermenéutica de la verdad
La teoría hermenéutica toma su nombre del griego hermeneuo, que significa traducir o interpretar. Según la teoría hermenéutica, la verdad está en el lenguaje y existe también una cierta exigencia de “adecuación” con lo que las cosas son. Pero esta adecuación no se define ni como representación (como en la concepción de la verdad como correspondencia), ni como eficacia (como en el pragmatismo). Tampoco el lenguaje es considerado instrumento o medio transparente para establecer la verdad. Desde un punto de vista hermenéutico, “adecuación” significa “desocultacion”, es decir, “comprensión” e “interpretación”, lo cual se realiza mediante el lenguaje. Pero lo que se desoculta no es “la cosa en sí misma”, sino lo que los relatos y las descripciones de las cosas contienen de verdad. Esto implica que en verdad lo que se puede conocer de las cosas está en el lenguaje; y esa verdad de las cosas debe ser separada de lo no verdadero mediante la interpretación. Se trata, realmente, de un trabajo difícil de concluir, porque, como observa Hans G. Gadamer […]: “el lenguaje humano no expresa solo la verdad, sino [también] la ficción, la mentira y el engaño.” El lenguaje, entonces, tanto desoculta como oculta. En él está la verdad, lo que la cosa presenta sobre sí misma; pero la verdad debe ser desentrañada en una especie de lucha interna del lenguaje que también dice lo falso; tiene que ser comprendida e interpretada en el lenguaje y a partir del lenguaje.
[…] Un ejemplo del trabajo hermenéutico es el que realiza el psicoanálisis: los sueños son relatos que contienen verdades sobre nuestro inconsciente y la terapia es el trabajo que nos permite interpretarlos. […]
Si alguien dice que nunca se llega a una “verdad verdadera”, habrá que darle la razón: para la hermenéutica, la verdad adopta tantas caras como interpretaciones logran imponerse y el diálogo entre ellas es infinito.

E. Verdad es lo que acordamos como verdadero
[…] Existen otros recursos y criterios que suelen tenerse en consideración para establecer la verdad, más allá de las teorías antes expuestas. Uno de ellos es la autoridad: la verdad se establece de acuerdo con lo que dicen las obras o los dichos de personas reconocidas, “autorizadas” […]. Actualmente, recurrir a este criterio suele considerarse dogmático e insuficiente en ámbitos en los cuales se exigen preubas y las ideas deben ser encontradas y examindas. Sin embargo, es un criterio muy usado entre nosotros, ya que muchas veces, lo que preguntamos cuando nos comunican datos o normas es “¿quién lo dijo?”.
[…
] Finalmente, está la verdad producida por el consenso, de manera intersubjetiva: una afirmación es verdadera porque todos estamos de acuerdo en que es verdadera. Tanto la correspondencia, como el pragmatismo y la coherencia tienen un límite más allá del cual está el consenso: si sostenemos por correspondencia que es verdadero que “La nieve es blanca”, debemos acordar antes a qué llamamos “nieve” y a qué llamamos “blanco”, esto es, debemos suponer un acuerdo con respecto a cómo usamos las palabras. Y también, debemos acordar en qué condiciones aceptaremos el testimonio de los sentidos. Si sostenemos como pragmatistas que es verdad que “El azúcar endulza”, nuevamente debemos acordar a qué llamamos “endulzar” y qué grado de dulzor señalará el éxito de nuestra creencia, por ejemplo. Finalmente, si sostenemos por coherencia alguna proposición, deberemos acordar qué otras proposiciones consideramos verdaderas. No obstante, hay que tomar el consenso con sentido crítico, dado que, como es sabido, el acuerdo general no implica por sí solo la verdad. La intersubjetividad es aceptada como fuente de verdad siempre que se base en argumentos racionales, evaluados entre todos los involucrados según reglas de validez cuidadosamente determinadas y, en el caso de las ciencias, contando con alguna evidencia empírica (si bien la aceptación de la evidencia empírica presenta una dificultad sorprendente: ¡requiere del consenso!)
MATERIAL EXTRAIDO DE: https://tokish.wikispaces.com/Teor%C3%ADas+de+la+verdad

(1) Raffin, Marcelo (coord.), Filosofía, Tinta Fresca, Buenos Aires, 2006. Págs. 74 a 79.
link para libro de teorias de la verdad 
http://www.ugr.es/~frapolli/teoriasactuales.pdf 

ACTIVIDAD INICIAL CON LOS GRUPOS DE 1ERO DE EMS Y 5TO ARTÍSTICO MARZO 2024

       ACTIVIDAD INICIAL CON LOS GRUPOS DE 1ERO DE EMS Y 5TO ARTÍSTICO    MARZO 2024 En relación a lo acordado en la sala docente previa por...