Hipótesis a defender: Los sujetos nos vamos constituyendo a partir de las prácticas sociales de nuestro tiempo histórico y de los discursos que circulan dando cuenta de esas prácticas y coadyuvando a constituirlas. Nuestras prácticas – hoy – están dominadas por tecnologías sofisticadas y, en general, recientes. En cambio, nuestros discursos son herencias de prácticas ya perimidas o, al menos, cuestionadas. El choque entre las nuevas tecnologías y los léxicos heredados han producido una fragmentación en los procesos de constitución de los sujetos y, por lo tanto, de identificación de nosotros mismos. Somos sujetos fragmentados o multifrénicos, lo cual no necesariamente provoca una situación alarmante, ya que del caos – sabido es – puede surgir el orden o, mejor dicho, un nuevo orden. En la presente reflexión pretendo señalar algunas perspectivas de nuestra actual conformación como sujetos, es decir, señalar como nos autoidentificamos como sujetos a partir de nuestra vida cotidiana actual.
Desarrollo del tema: me referiré en primer término a los dos léxicos heredados y hoy fragmentados a los que apelamos para dar cuenta de nosotros mismos: el lenguaje del romanticismo, utilizado comúnmente para dar cuenta de nuestra emotividad; y el lenguaje del modernismo, al que apelamos para determinar nuestra condición de seres racionales. Ambos son productos de la modernidad. Pues el romanticismo es una contracultura moderna (crítica de la modernidad) de fuerte influencia cultural y cotidiana expandida a comienzos del siglo XIX y con ramificaciones hasta la actualidad; mientras que el modernismo responde a una corriente artístico-científica, es decir cultural, que se afianza en el paso del siglo XIX al XX y sigue marcando todavía su impronta en nuestra autoidentificación como seres organizados racionalmente. Y, en segundo término, me referiré a las principales tecnologías que le han dado su impronta específica a este siglo que declina. Entre estas tecnologías, se pueden diferenciar dos grupos fundamentales: las de bajo y las de alto nivel. Entre las primeras ubico el ferrocarril, el automóvil, los servicios postales públicos, el libro impreso a nivel masivo, la radiofonía, el cine y el teléfono. Y, entre las segundas, el transporte aéreo, la pantalla de TV y de video y la computadora y toda su ramificación digital.
Condiciones de posibilidad de lo posmoderno. Si se quiere pensar en esta nueva experiencia de la cotidianidad, cabe remitirse, por lo menos a los acontecimientos surgidos a partir de la Segunda Guerra Mundial. Momento histórico en el que los cambios avasallantes en las prácticas sociales y en la circulación de los discursos han alterado casi todas las maneras cotidianas de relacionarnos con los demás y con mundo. Por lo tanto, se ha alterado la manera de constituir nuestra propia identidad como personas. La identidad personal se conforma a partir de la confrontación entre los “modelos” que provee la realidad y nuestras propias valoraciones y conductas. La ciencia moderna ha pretendido que el mundo se compone a partir de entidades fijas y reconocibles. Otro tanto se supone que debe ocurrir con la constitución de las personas. Ahora bien, mientras para los modernos, en tanto racionalistas, los rasgos personales se manifiestan en el exterior de las personas, para el romanticismo (repito, una contracultura moderna) la “esencia” personal se refugia en un interior oculto a los ojos. “Los esencial es invisible a los ojos”, dice el Principito como respondiendo a un romanticismo del que ya no es contemporáneo.
Un paradigma moderno de creencia en identidades que se exteriorizan y pueden ser mensurable son los estudios de Lombroso y su consumado modernismo inductivista de fin del siglo XIX. Y, en la contrapartida romántica podemos citar el Werther, de Goethe, muriendo de amor, o al Woyseck de Heinrich Heine que en el paroxismo del romanticismo (1832) exclama “Qué misterio es el alma humana, asomarse a ella produce vértigo”.
Pero con anterioridad a estas contradicciones bipolares de la modernidad, existían modelos estables. Cuando los paradigmas identificatorias son fuertemente estables, parecerían que las identificaciones personales casi no presentan inconvenientes. Platón, por ejemplo, establece que cada individuo permanece en el rol que la sociedad ya tiene preestablecido para él; de modo tal que la clase de los carpinteros producirá carpinteros, la de los marinos, marinos, y así sucesivamente. No hay movilidades sociales, todo es más previsible y “ordenado”. Las identificaciones son unívocas y se evitan las indefiniciones, tan temidas por quienes aspiran a ejercer poderes hegemónicos (como sin lugar a dudas pretenden fundamentar las teorías políticas de tipo platónico, por un lado, y de cualquier poder totalizante, por otro). La ventaja de las identificaciones fijas se cifra en lo tranquilizante que resulta que cada quién se avenga a modelos estables. Lo terrible de ese tipo de identificaciones es lo inamovible de la identificación.
Pero la época actual no peca de identificaciones inamovibles, sino más bien, de la modificación casi permanente de los posibles parámetros de identificación. El mundo y la relación entre los sujetos han sufrido cambios profundos en lapsos cada vez más breves. Esto puede verse en todo tipo de relaciones, tales como las familiares, laborales, educativas o de relaciones sociales en general. Y, aunque muchos son los motivos, haré hincapié específicamente en los cambios tecnológicos en tanto y en cuanto afectan de manera radical nuestras formas de ver el mundo y, por ende, de vernos a nosotros mismos. Y como no podemos referenciar ni a nosotros ni al mundo sino a través del lenguaje, destacaré asimismo algunos usos reciclados que hacemos de los lenguajes heredados (específicamente, el romántico y el modernista).
Los cambios tecnológicos a lo largo del siglo han producido una alteración radical en nuestra forma de revelarnos a los demás y han cambiado la experiencia cotidiana de nosotros mismos. Considero que las verdades se construyen socialmente. En función de ello, las nociones de “verdadero” e incluso de “bueno” dependen de los dispositivos de poder que logran imponer socialmente sus propias creencias generando corrientes de opinión y –obviamente – de adhesión. Sin embargo, el cimbronazo social producido, entre otras cosas, por las nuevas tecnologías ha fragmentado o pulverizado los núcleos duros de ideas regulativas y rectoras de nuestras valores y conductas (caída de las ideologías).
Según el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein, “ los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje”. Si esto es así, estamos asistiendo a una experiencia inédita: atravesamos por experiencias que todavía no podemos incluir realmente en “nuestro mundo” en tanto no dispones todavía de un léxico propio para referenciarlas. Por ejemplo, hasta hace dos o tres décadas ser “novio”, significaba estar relacionado sentimentalmente con otra persona hasta que llegara el momento crucial del matrimonio y la convivencia. Hoy, la gente convive con alguien a quien llama su “novio (a)”, o se le suele llamar con el mismo término a una relación virtual como la mantenida por teléfono, emisoras de radio, correo electrónico o chateo.
El lenguaje de la subjetividad es tanto más importante, porque no solo sirve para comprendernos a nosotros mismos, sino que sirve así mismo como sustento simbólico de las relaciones humanas. Pero, como las nuevas tecnologías se desarrollan más rápidamente que los nuevos léxicos que den cuenta de nuestra peculiar relación con ellas, asistimos a una suerte de destiempo o desencuentro entre las nuevas formas de cotidianeidad surgidas de la eclosión de las tecnologías y el lenguaje desde el que comprendernos con respecto a ellas y a nuestras relaciones humanas.
Durante buena parte del siglo XX la subjetividad se constituyo con los dos lenguajes que llamo “heredados”: el romántico para la emotividad, el moderno para la racionalidad. Desde el discurso racional, cada uno es responsable de sus propios actos. Esto conlleva la obligatoriedad de los deberes respecto de uno mismo y de los demás. Por otra parte, desde la emotividad, se constituyó una idea del amor por otro, en una relación de pareja, con la idea de una inmoralidad raigal para censurar a quien pretendiera estar vinculado a más de una persona sentimentalmente. Además, la modernidad, en cualquiera de sus dos versiones (romántica o modernista) ha invertido mucho, demasiado quizá, en la singularidad indeclinable de cada individuo. Y hemos terminado creyendo que esto es sustancial y universalmente así. No obstante, existen culturas en las que, de hecho, se dan otras formas de sensibilidad respecto de la persona y de las relaciones. Hasta la sensibilidad es una construcción social, no siempre coherente con las prácticas que la genera o, tal vez, complementaria de algunas de ellas. Respecto de esto, es digno destacarse que el romanticismo y su ensimismamiento en la interioridad es contemporáneo nada menos que de la gran expansión económico industrial de principios del siglo XIX. Aunque, como contrapartida, esa expansión responde al desarrollo de la ciencia moderna, cuyo gran sustento teórico proviene de la Ilustración que es totalmente racionalista y, por lo tanto, antirromántica.
Las nuevas formas de cotidianeidad. La diversidad social desatada por las tecnologías actuales ha permitido nuevas formas de relación y multiplicidad de prácticas sin puntos de valoraciones más o menos claros para adherir o rechazar, desde un punto de vista ético, las condiciones sociales vigentes. Parecería que estamos vertiendo vino nuevo en odres viejos.
Solemos manejar distinto “libretos” según nos comuniquemos personalmente, o por fax, o por teléfono, o por correo electrónico o por chateo, o por videoconferencia, en fin, o con distinto rango de personas. Esto no es sustancialmente nuevo, es la intensidad de los cambios sucesivos de circunstancias – debido a la proliferación de las nuevas maneras de comunicarnos – lo que realmente es inédito. Es como si la “verdad” sobre nosotros mismos, fuera una construcción momentánea. Oscilamos entre la intensidad de los sentimientos (que proviene de nuestro heredado lenguaje romántico) a la concepción del sujeto como máquina racional (que responde a nuestro legado moderno). Se trata de poderosas formas lingüísticas a las que apelamos para defender nuestras propias posiciones (que obviamente también son inestables y cambiantes. Pero a raíz de las prácticas cada más disímiles propias del mundo que nos tocó vivir, hay una fuerza tendencia a la pulverización de las formas de relación tradicionales, así como una resistencia al cambio que pretende volver a ellas.
Pero las nuevas tecnologías colonizan nuestra subjetividad y hacen que el léxico sobre nosotros mismos heredado, repito, del romanticismo y del modernismo, se torne obsoleto. Para evaluar someramente la magnitud del cambio cultural y por lo tanto cotidiano al que asistimos, podemos clasificar las tecnologías surgidas entre fines del siglo XIX y comienzo del XX, agregando luego las que surgieron (o se expandieron) hacia el fin del milenio. Denominaré a las primeras “Principales tecnologías de bajo nivel”, y a las segundas “Principales tecnologías de alto nivel”. Se pueden considerar de bajo nivel (a la vista del nivel que han alcanzado las que les siguieron) el ferrocarril, el automóvil, los servicios postales público, el libro impreso universalizado, la radiofonía, el cine y el teléfono. Y serían de alto nivel los transportes aéreos, la televisión y la informática.
Consecuencias que se desprenden de las nuevas tecnologías:
- Multiplicidad espacial, temporal y relacional.
- Rescate de lo retro, pero con proyección a futuro. Se intensifica el pasado (foto, cine, video, grabadores, moda, almacenamiento de datos).
- Nos convertimos en terminales de computadores.
- Multiplicación y obsolescencia de las relaciones
- Cambia la noción de “niñez”, ya no se es más “un adulto en pequeño”, como en la modernidad, ni “alguien que debe madurar”, como a principio de siglo XX; sino un ser que descubre rápidamente la vulnerabilidad de los adultos y deambula por una multiplicidad de figuras identificatorias (personajes de TV, abuelos, lideres de la música popular, etc.,)
- Cuando más comprometemos el cuerpo, más lo elidimos: radio-oídos, TV-mirada, PC-manos, pero contactos virtuales, más que reales.
- El conocimiento, de valor de uso ha pasado ha valor de cambio
- Relaciones afectivas “de microondas”
- Solidaridad mediática, no ya regida por un imperativo categórico, sino emotiva.
- De “aldea global”, estamos pasando “células globales” (un televiso o una PC en cada habitación de la casa)
Un camino posible: ya que nos constituimos a partir de estas prácticas, plantearnos la posibilidad de hacer una obra de arte con nuestra propia vida. Pero sabiendo que la obra de arte, hoy, no necesariamente es un entidad dada de una vez y para siempre, sino varias multiplicidades ético-estéticas renovables, cambiable, perfectibles…efímeras.
Esther Díaz
A. La verdad como correspondencia
A pesar de ser la forma de entender la verdad más cercana a nuestra actitud cotidiana, la teoría de la verdad como correspondencia es una de las más difíciles de explicar. Habitualmente consideramos que alguien dice la verdad cuando describe de manera adecuada la realidad o, para ser más precisos, un estado de cosas. Por el contrario, consideramos falsa una proposición cuando lo que la misma describe no coincide con lo que las cosas “son” o con la manera en que ocurrieron los hechos. Por ejemplo, si alguien afirma “Me saqué un 10 en matemática” y luego encontramos su evaluación y leemos que la nota es un 4, diremos que la afirmación es falsa. Si alguien nos asegura que llueve y luego, cuando salimos de la escuela, observamos que es así, diremos que la proposición enunciada es verdadera.
Esta primera aproximación pone de manifiesto, primero, que el término “correspondencia” implica que en esta teoría existen dos extremos que se relacionan. Estos son las proposiciones o las afirmaciones, por un lado, y los “hechos”, por el otro. En segundo lugar, también se observa que la exigencia para que la proposición sea verdadera es que la relación sea de su “adecuación” a los hechos, que lo que se diga concuerde con el caso.
Esta forma de comprender la verdad tiene una larga historia, que remite a Aristoteles, quien sostiene en la Metafísica que: “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso; mientras que decir de lo que es que es, o de lo que no es que no es, es verdadero.”
B. Verdad es lo que funciona
La segunda teoría es la pragmática. “Pragmático” viene de pragmatikos, en griego, relacionado con la acción. La teoría pragmatista privilegia la acción (praxis) como proceso de conocimiento y también como criterio de verdad.
Existe algo de la concepción de la verdad como correspondencia que se mantiene en la teoría pragmatista de la verdad. William James sostiene que está de acuerdo con los correspondentistas (a los que llama “racionalistas”) con respecto a que la verdad consiste en la “adecuación” de las ideas con la realidad; pero no coincide con ellos en qué se entiende por “adecuación”, ni por “realidad”. Si para definir la adecuación debemos suponer que la realidad es estática y que, en consecuencia, las creencias o proposiciones verdaderas se establecen de una vez y para siempre, entonces el pragmatismo estará en desacuerdo porque considera que tanto los “hechos” como las verdades sobre ellos están en constante transformación mediante nuestra experiencia. Dicho en otras palabras, para el pragmatismo no existen hechos del mundo “fijos”, que puedan ser reflejados por nuestras afirmaciones, sino que lo que para nosotros (y para la ciencia) es el mundo, es producto de nuestras experiencias, y nuestras creencias se hacen verdaderas a partir de nuestra interaccion con el mundo. En este sentido, una creencia verdadera no es más que una creencia nacida de nuestra experiencia y beneficiosa para ellas; y perseguir la verdad no responde solamente a una curiosidad teorica sino al objetivo de obtener instrumentos útiles para conducirnos en el mundo.
[…]
Para los pragmatistas, la verdad es una creencia que, por sobre todo, es útil, está orientada a facilitar nuestro accionar en el mundo y no a obtener su descripción. De ahí que, si alguno de nosotros sostuviera que puede salir de la habitación atravesando una pared, por ejemplo, su afirmación no sería verdadera porque, de ponerla en práctica, fracasaría en su intento de pasar al ambiente contiguo […]. En cambio, si la creencia fuera que solo a través de un espacio abierto en la pared es posible pasar de un ambiente al otro, entonces sería verdadera porque nos permitiría alcanzar con éxito nuestro fin pragmático. De ahí que muchas veces se suela sintetizar la posición pragmatista diciendo que, para ella, una proposición es verdadera, si “funciona”. Creencia, experiencia y verdad son procesos nunca cerrados, que se corrigen los unos a los otros. En este sentido dice James: “[Las] creencias nos hacen actuar y, tan pronto como lo hacen, descubren u originan nuevos hechos que, consiguientemente, vuelven a determinar las creencias. Asi, todo el ovillo de la verdad, a medida que se desenrolla, es el producto de una doble influencia. Lsa verdades emergen de los hechos, pero vuelven a sumirse en ellos de nuevo y los aumentan: esos hechos, otra vez, crean o revelan una nueva verdad (…) y así indefinidamente.” […]
C. Es verdad si es coherente
A diferencia de las dos teorías anteriores, en las cuales el lenguaje de alguna manera se “comparaba” con la realidad en una relación de adecuación, la teoría de la verdad coom coherencia se mantiene en el interior del lenguaje. Esto significa que la adecuación, en este caso, se establece entre las proposiciones. Encontramos esta forma de establecer la verdad en las novelas de detectives cuando el investigador […] pregunta: “¿Cómo es posible que diga ahora usted que se manchó cuando se sirvió café de la máquina, si usted afirmó que jamás toma café de la máquina de la oficina?”. Con esta pregunta, lo que se está diciendo es que los enunciados “Mi traje se manchó de café cuando me serví de la máquina de la oficina” y “Jamás tomo café de la máquina de la oficina” son incoherentes entre sí, no pueden ser ambos verdaderos (al mismo tiempo y en el mismo sentido). Por supuesto, solo con saber que uno de los dos enunciados tiene que ser falso no es posible establecer cuál de los dos lo es. Para eso, o bien será necesario ampliar el conjunto de proposiciones relacionadas con estas dos, o bien habrá que recurrir a la correspondencia (lo cual, en cierto sentido, indica un límite para la aplicación del criterio de la coherencia).
D. La verdad está en la interpretación – La teoría hermenéutica de la verdad
La teoría hermenéutica toma su nombre del griego hermeneuo, que significa traducir o interpretar. Según la teoría hermenéutica, la verdad está en el lenguaje y existe también una cierta exigencia de “adecuación” con lo que las cosas son. Pero esta adecuación no se define ni como representación (como en la concepción de la verdad como correspondencia), ni como eficacia (como en el pragmatismo). Tampoco el lenguaje es considerado instrumento o medio transparente para establecer la verdad. Desde un punto de vista hermenéutico, “adecuación” significa “desocultacion”, es decir, “comprensión” e “interpretación”, lo cual se realiza mediante el lenguaje. Pero lo que se desoculta no es “la cosa en sí misma”, sino lo que los relatos y las descripciones de las cosas contienen de verdad. Esto implica que en verdad lo que se puede conocer de las cosas está en el lenguaje; y esa verdad de las cosas debe ser separada de lo no verdadero mediante la interpretación. Se trata, realmente, de un trabajo difícil de concluir, porque, como observa Hans G. Gadamer […]: “el lenguaje humano no expresa solo la verdad, sino [también] la ficción, la mentira y el engaño.” El lenguaje, entonces, tanto desoculta como oculta. En él está la verdad, lo que la cosa presenta sobre sí misma; pero la verdad debe ser desentrañada en una especie de lucha interna del lenguaje que también dice lo falso; tiene que ser comprendida e interpretada en el lenguaje y a partir del lenguaje.
[…] Un ejemplo del trabajo hermenéutico es el que realiza el psicoanálisis: los sueños son relatos que contienen verdades sobre nuestro inconsciente y la terapia es el trabajo que nos permite interpretarlos. […]
Si alguien dice que nunca se llega a una “verdad verdadera”, habrá que darle la razón: para la hermenéutica, la verdad adopta tantas caras como interpretaciones logran imponerse y el diálogo entre ellas es infinito.
E. Verdad es lo que acordamos como verdadero
[…] Existen otros recursos y criterios que suelen tenerse en consideración para establecer la verdad, más allá de las teorías antes expuestas. Uno de ellos es la autoridad: la verdad se establece de acuerdo con lo que dicen las obras o los dichos de personas reconocidas, “autorizadas” […]. Actualmente, recurrir a este criterio suele considerarse dogmático e insuficiente en ámbitos en los cuales se exigen preubas y las ideas deben ser encontradas y examindas. Sin embargo, es un criterio muy usado entre nosotros, ya que muchas veces, lo que preguntamos cuando nos comunican datos o normas es “¿quién lo dijo?”.
[…
] Finalmente, está la verdad producida por el consenso, de manera intersubjetiva: una afirmación es verdadera porque todos estamos de acuerdo en que es verdadera. Tanto la correspondencia, como el pragmatismo y la coherencia tienen un límite más allá del cual está el consenso: si sostenemos por correspondencia que es verdadero que “La nieve es blanca”, debemos acordar antes a qué llamamos “nieve” y a qué llamamos “blanco”, esto es, debemos suponer un acuerdo con respecto a cómo usamos las palabras. Y también, debemos acordar en qué condiciones aceptaremos el testimonio de los sentidos. Si sostenemos como pragmatistas que es verdad que “El azúcar endulza”, nuevamente debemos acordar a qué llamamos “endulzar” y qué grado de dulzor señalará el éxito de nuestra creencia, por ejemplo. Finalmente, si sostenemos por coherencia alguna proposición, deberemos acordar qué otras proposiciones consideramos verdaderas. No obstante, hay que tomar el consenso con sentido crítico, dado que, como es sabido, el acuerdo general no implica por sí solo la verdad. La intersubjetividad es aceptada como fuente de verdad siempre que se base en argumentos racionales, evaluados entre todos los involucrados según reglas de validez cuidadosamente determinadas y, en el caso de las ciencias, contando con alguna evidencia empírica (si bien la aceptación de la evidencia empírica presenta una dificultad sorprendente: ¡requiere del consenso!)
http://www.ugr.es/~frapolli/teoriasactuales.pdf