12.
Los primeros filósofos
¿Tendría
algún sentido seguir buscando el origen si concluimos que no hay
origen o que el origen es
un
punto puesto desde el presente con el fin de calmar ciertas angustias
existenciales? ¿Por qué la
señora
necesita un responsable? En el antiguo griego, causa y culpa
provienen del mismo concepto:
aitía.
La señora necesita un culpable, algo que explique, algo uniforme que
encaje, alguien que sea la
causa,
un otro.
Tales
sostuvo que el origen de todo se hallaba en el agua. Anaxímenes
sostenía sin embargo que
como
el agua está hecha de aire[29],
este era en realidad el elemento último. Los primeros filósofos
explicaban
el origen desde la categoría de causa material, es decir que, para
la historia oficial de la
filosofía,
hay en sus principios un entrelazamiento esencial entre hacer
filosofía y buscar lo común,
lo
que subyace, la materia que emparenta a todos los entes. El ejercicio
de abstracción supone la
búsqueda
de unidad. La filosofía nace con este estigma y así va abandonando
toda diferencia, toda
singularidad.
Lo que importa es hallar ese elemento que no se genera y que no se
corrompe, una
especie
de sustancia común y por ello universal a todos los entes.
Las
diferentes posiciones entre los presocráticos van a estar
delimitadas muchas veces en el
pasaje
del carácter más bien material hacia otro cada vez más ideal, más
abstracto de este o estos
elementos
últimos. Ya Anaximandro de Mileto —siglo VI
a.
C.— propuso pensar al principio como
lo
indefinido, lo ilimitado —to
apeiron[30]—,
un concepto más hermanado con el caos mítico, pero
según
consta en sus fragmentos, con una explicación que la desplaza desde
la cosmogonía hacia la
cosmología.
Pasar a hablar de lo ilimitado ya supone un salto conceptual
importante con respecto al
agua
o al aire. Anaximandro nos está proponiendo un ciclo metafísico, o
más bien, nos está
adentrando
en la metafísica.
El
término cosmogonía
hace
referencia al nacimiento de los dioses, mientras que el término
cosmología
se
refiere más bien al origen de las cosas. En ambas palabras está
presente el término
cosmos
que
refiere a la idea del universo como un todo ordenado. El pasaje del
mito al logos
es
de
alguna
manera pasaje de la cosmogonía a la cosmología, donde ese logos
cada
vez más se va a ir
independizando
de lo mítico y acercándose a lo racional en estado puro. Una
racionalidad que a
diferencia
de la razón moderna no es tanto un aspecto diferencial del ser
humano, sino la estructura
misma
del acaecer de lo real. ¿Qué significa que algo sea racional, o
para usar una derivación del
término
griego, que algo sea lógico, que se dé con cierta lógica? ¿Dónde
está la lógica: en las cosas
o
en la mente? El pensamiento moderno en su variante ilustrada, va a ir
cada vez más confinando la
lógica
a una operación del sujeto, pero en el mundo antiguo se pensaba con
una fuerte asunción del
carácter
realista de las cosas. O sea, la lógica, la racionalidad es una
característica —sino la
característica
esencial— de la realidad. Y por eso el mundo es un cosmos, una
realidad ordenada:
porque
es racional, lógico, está ordenado por un logos,
del cual el ser humano participa o refleja.
La
señora habla. Su habla es lógica. Argumenta, encadena ideas.
Protesta. La protesta tiene
fundamento.
Habla del precio de los pasajes, de los subsidios del Estado, de la
corrupción, de un
periodista
que vio en la televisión, de un programa de juegos, de una modelo y
su pelea con no sé
quién.
No sé por qué llegó a la pelea de la modelo. La lógica debe tener
sus zonas oscuras. Pero hay
un
orden en su expresión y ese orden presente en cada una de las
manifestaciones humanas parece sser
para
el pensamiento antiguo, un reflejo del orden general que hay en la
realidad. Mucho de este
debate
se juega en esta pregunta: ¿es lógica la realidad o la lógica es
una proyección del ser humano
mediante
la cual ordena las cosas? Está claro que en el mundo griego se va
instalando una filosofía
netamente
objetivista, donde no hay dudas de la existencia de un orden natural
de las cosas. De hecho
la
misma idea de naturaleza, la physis[31],
supone una especie de armonía general y lógica donde el
ser
humano solo juega una parte. El logos, la physis,
figuras antiguas de la metafísica griega. ¿Pero
qué
es la metafísica?
Para
Anaximandro y de acuerdo a cierta interpretación de sus fragmentos,
se puede pensar un
ciclo
de las cosas que comienza en ese caos ilimitado que es to
apeiron o el
lugar o no-lugar donde
todo
se encuentra mezclado, desconformado (sin todavía tener forma),
confuso, ilimitado. Algo así
como
esa figura bíblica del origen en el Génesis
donde se dice
que en el principio Dios creó al
mundo
y el mundo estaba tohu
vabohu: sin
forma y sin orden. La tarea posterior de Dios fue
comenzar
a conformar las cosas, a conformarlas como cosas. ¿Pero cómo
entender este mismo
esquema
sin los supuestos de un creador o de un demiurgo que como un escultor
va brindando forma
a
las entidades del mundo?
Según
cuenta Simplicio: Entre los que dicen que es uno, en movimiento e
infinito, Anaximandro
de
Mileto, hijo de Praxíades, que fue sucesor y discípulo de Tales,
dijo que el principio y elemento
de
todas las cosas existentes era el ápeiron
[indefinido o
infinito], y fue el primero que introdujo este
nombre
de «principio». Afirma que este no es agua ni ningún otro de los
denominados elementos,
sino
alguna otra naturaleza ápeiron,
a partir de la cual se generan todos los cielos y los mundos que
hay
en ellos. Ahora bien, a partir de donde hay generación para las
cosas, hacia allí también se
produce
la destrucción, «según la necesidad; en efecto, se pagan
mutuamente culpa y retribución por
su
injusticia, de acuerdo con la disposición del tiempo», hablando así
de estas cosas en términos más
bien
poéticos[32].
Y así como Dios según la Biblia, de ese caos originario le fue
dando entidad a las
cosas,
del mismo modo según Anaximandro, los entes «caen», vienen al ser,
o sea, se vuelven cosas
reconocibles,
ordenadas, conformadas (recordemos siempre que tiene que haber un
orden lógico en
la
naturaleza, independiente del ser humano), solo en la medida en que
se vuelven contradictorias.
¿Qué
quiere decir esto? Solo en la medida en que de cualquier cosa, se
pueda reconocer al mismo
tiempo
qué es lo que es
como también
que es lo que no
es, podemos
entonces reconocerla en su
singularidad.
O sea que para delimitar claramente a cualquier entidad, o peor, para
que se vuelva
algo
delimitado y por ello diríamos, algo independiente (en una primera
percepción), resulta
necesario
que haya contradicción en el sentido de que la cosa en cuestión
tiene que al mismo tiempo
ser
y no ser. Ser,
por ejemplo, el señor que duerme y no
ser, por
ejemplo, esa ventana rota. Está
claro
que el ser y el no ser se juegan en planos diferentes, pero muestran
de algún modo la
contingencia
de cualquier ente: su finitud. Nada es nunca de modo definitivo ni de
modo único. Nada
es
completamente independiente.
Del
caos primero se fueron conformando las cosas, pero claramente lo
primero que se conformó
fue
el hecho «cosa», la posibilidad de que algo sea cosa. Este asiento,
esa ventana, incluso el señor
que
duerme, antes de ser cada uno lo que son, «antes» en un sentido
ontológico, son cosas. Y son
cosas
porque son.
Ser
es la primera entidad que todos tenemos. Es lo que nos da entidad.
Pero para
ser
algo, tenemos que poder al mismo tiempo no ser otra cosa, ya que de
lo contrario no podríamos
delimitarnos
de nada o de nadie. Si solo existiera el señor que duerme, si todo
el mundo, la
naturaleza,
la realidad, el universo, fuese solo el señor que duerme y no
hubiese nada, pero nada más
existente
en ningún lado, el señor que duerme lo sería todo y por ello ya no
sería el señor que
duerme…
Se
despertó. Admiro a las personas que en los lugares más desubicados
pueden desperezarse y
hacer
como si todo fuese la habitación de su casa. Me mira y me pregunta
qué pasa con el tren. Mi
respuesta,
una vez más, fue filosófica: No sé. Y lo peor es que según
Anaximandro, y de alguna
manera
en esto se halla mucho de su oscuridad, de su poesía o de su
diferencia, por haber «caído» en
la
contradicción para ser cosas, todo debe pagar una especie de culpa
cósmica que con el tiempo
disuelve
lo que hay así separado y delimitado y lo regresa al caos
originario. O sea que del caos
todo
proviene y al caos todo vuelve. Y todo vuelve porque al pasar a ser
algo, se produce como una
traición,
un alejarse del estado primero y tal vez lo peor de todo: para pasar
a ser algo las cosas
admiten
volverse contradictorias, esto es, temporales. El destino final va a
ser siempre el mismo:
retornar
a lo indefinido. Ser tiene sus costos.
No
sé qué hago acá. Ya me está agarrando como un principio de
hastío. Solo desearía ser la
parejita
besándose.El amor en su expresión más obvia: quiero lo que no
tengo.
13.
¿Qué es la metafísica?
Toda
esta interpretación del fragmento 9 de Anaximandro[33]
refleja
bastante bien qué es la
metafísica.
Se sabe que etimológicamente refiere a aquello que está más allá
de la física, pero de la
física
en tanto physis,
o sea aquello que está más allá de la naturaleza. ¿Pero qué hay
más allá de la
naturaleza?
¿Y qué significa en este contexto «más allá»? ¿Hay metafísica
en este vagón que por
cierto
no arranca y parece que no va a arrancar más? Se escuchan unos
gritos desde el fondo. Gritos
un
poco desaforados que parecen venir hacia aquí. No hay metafísica en
este vagón ya que aquí solo
vemos
y nos hallamos en presencia de una multitud de cosas que nos rodean.
Hay mucha basura en el
piso,
ventanas rotas, gritos que se escuchan cada vez más cerca, hay un
guardia que acaba de pasar
corriendo
hacia adelante. Hay cuerpos, hay extensiones, hay cosas. Hay.
Si
nos detenemos en este aspecto del «haber» del vagón, la metafísica
irrumpe. Si analizamos el
comportamiento
de estos chicos que se acercan borrachos y a los gritos podríamos
estar haciendo
sociología
o psicología. Pero si nos detenemos a pensar que estos chicos, los
gritos, el guardia, las
ventanas,
la basura, nosotros, todo, absolutamente todo lo que hay,
antes que nada se dan, están,
existen,
entonces el plano del análisis es otro. Aquí hay una entidad
concreta que es el grito de un
adolescente
probablemente borracho que salta alrededor nuestro. Hay una entidad
que es un grito o
hay
un grito que antes de ser un grito, es una entidad. O sea que antes
de ser algo en particular, el
grito
es.
Y porque es,
es una entidad. Podría no haber sido. Si
lo que nos importa de la entidad
«grito»
es lo que tiene de grito, entonces podríamos estar haciendo
sociología o psicología o
incluso
foniatría, depende de lo que queramos comprender. Pero si lo que nos
importa de la
entidad
«grito» es lo que tiene de entidad, o sea, que es, entonces estamos
haciendo metafísica.
Anaximandro
hace metafísica porque plantea un supuesto curso natural de las
cosas, pero no en lo
que
tiene este curso de natural, sino en tanto afecta el ser mismo de la
realidad. Es claramente y a
toda
costa, incomprobable el planteo de Anaximandro. Nada en la metafísica
se puede comprobar
empíricamente.
Solo lo que está de este lado de la física se puede comprobar
empíricamente.
La
metafísica cumple un rol más estructural, sienta las bases o los
marcos de posibilidad e
imposibilidad
de todo lo que hay. Marca el haber, el lenguaje del haber, la
estructura fundamental de
lo
real. Es casi como una suerte de paradigma del cual «cuelgan» todos
los conceptos y que incluye
también
la idea misma de concepto. No es casual que después de varios siglos
de filosofía
occidental,
Martin Heidegger en el siglo XX
volviera
sobre los inicios de nuestra cultura para
repensar
a la metafísica como articuladora de nuestros límites y de la
historia de nuestros límites. La
metafísica
es la puesta de los límites y por ello de lo ilimitado. La
metafísica habla del ser y del no
ser,
de lo que hay y de lo que no hay; y por eso habla hasta el límite
del habla. Habla y también deja
oír
el silencio.
Si
la filosofía es amor al saber y lo que importa es alcanzar el saber,
cuando hablamos de
metafísica
estamos en presencia de los límites mismos de todo saber posible. En
este sentido, la
filosofía
alcanzaría su propósito si llegase a conocer la naturaleza misma
del ser, su sentido, su tarea,
su
futuro. Los fundamentos mismos de la realidad y el sentido de esos
fundamentos. Conocer el todo.
Un
pequeño cerebro que no pesa más de un kilogramo y medio, situado en
algún punto minúsculo de
un
planeta minúsculo en una coordenada ínfima de las tantas ínfimas
posibles combinaciones espacio
temporales,
ha logrado alcanzar el conocimiento absoluto del absoluto. No cierra.
El relato de
Anaximandro
es muy interesante por múltiples motivos, pero es un relato; y mucho
de la historia de
la
filosofía contemporánea va a tener que ver con este carácter de
relato presente en muchas teorías.
Pero
por ahora hay unos niños adolescentes bailando sobre los asientos y
mirándonos a todos con
cara
de malos. Pensar que hace segundos estábamos afirmando haber
encontrado el origen y
propósito
mismo del ser. ¿Cuál será la relación esencial entre el origen de
todo y estos muchachos?
La
perplejidad me captura, me paraliza, me toma. A veces me cuesta
entender la conexión que hay
entre
el origen de todo y un hecho tan particular como los gritos de estos
chicos: ¿Dios o lo que sea
creó
todo para que después de una serie de años en un vagón sucediera
también este acontecimiento?
¿Pero
todo se vuelve un acontecimiento? ¿Qué es un acontecimiento? ¿Nos
van a robar? ¿Nos van
golpear?
¿Qué nos van a hacer estos delincuentes?
Aristóteles
caracteriza a la filosofía primera como un saber teorético que
estudia al ser en tanto
ser[34].
La metafísica es entonces el conocimiento de lo más elemental,
abstracto y general de la
realidad:
el conocimiento del ser, pero en tanto ser. El ser en sí mismo y
todos sus rasgos. Ha habido
un
primer itinerario de la filosofía que la ha conducido hasta el
conocimiento del ser. Incluso
podríamos
decir que solo en la filosofía antigua, el pensamiento postuló al
ser y que todo el resto de
la
historia de la filosofía no ha sido más que los intentos de
desmarcarse de ese peso. ¿Pero se podrá
lograr
un desasimiento absoluto? ¿Cómo sacarse de encima las huellas que
nos constituyen? O peor,
¿no
es ya el intento de sacarse de encima parte de esa huella? Si todo es
huella, querer salir de la
huella,
¿no es también parte de la huella? Está claro que el saber
metafísico no se prueba en los
hechos.
Hablar del ser de las cosas es una cuestión conceptual. Por eso en
la metafísica es donde
mejor
se ve en principio la labor filosófica. Es donde mejor podemos
diferenciar a la filosofía de la
ciencia.
Todo el relato de Anaximandro no tiene nada de científico. Es
metafísico, pero además
busca
su justificación en esa zona de cruce entre ciertas evidencias
experienciales y la argumentación
de
ideas. ¿Pero entonces cómo se prueba la filosofía? ¿No estará en
definitiva más cerca del arte, de
la
producción de una experiencia estética o existencial?
Es
interesante poder ubicar a la filosofía en esa zona imprecisa entre
la ciencia y el arte. Por un
lado,
dada su fuerte impronta racional y argumentativa, y por otro lado, en
virtud de su producción de
conflictos
existenciales. No termina de ser una ciencia en sentido estricto ni
tampoco alguna práctica
artística
claramente definida. Tal
vez habría que pensar a la filosofía desde este «ni»: ni ciencia,
ni
arte,
pero oscilando entre ambas. Como este tren detenido en el medio de un
recorrido inhóspito:
ni
va ni viene. Detenido. A la espera de nada. A la espera de la nada.
Pero
con unos jóvenes
presumiblemente
delincuentes expectantes. ¿Presumiblemente delincuentes? ¿En qué
sentido?
En
la versión oficial de la filosofía, se trata de un saber con un
fuerte aire científico que tiene
como
objeto el conocimiento del ser en tanto ser y de todos los principios
que de ello derive, tal
como
lo define Aristóteles. De este modo se convierte en la madre de
todas las ciencias, ya que se
coloca
a sí misma en un plano más fundamental que cualquier saber
particular. De algún modo, el
objeto
sobre el que trata la filosofía —la filosofía en principio como
metafísica— es el ser de
cualquier
cosa y en tanto el ser es previo a todo, la filosofía es primera.
Los objetos de la biología,
de
la física o de la economía, antes que nada son,
y ese ser no es propio del estudio de estas
ciencias,
sino que estas ciencias lo suponen.
La
proclamación de madre de todas las ciencias ha puesto a la filosofía
históricamente en un
lugar
de supremacía epistemológica. El saber filosófico siempre ha
presumido de un acceso más
fundamental,
más profundo, incluso más verdadero a la realidad; y al mismo
tiempo se ha colocado
como
jueza del resto de los saberes, ya que además se ha dedicado a
discutir las condiciones de
posibilidad
de cualquier saber. No solo busca explicar la entidad de cualquier
entidad, sino también
la
entidad del saber que supone conocer a cualquier entidad. Es cierto
que visto desde una especie de
árbol
jerárquico posible, el ser podría colocarse como por encima del
resto de las cosas existentes.
Así
sería si entendemos que el verbo «ser» y su referente, el hecho
mismo de ser, poseen una
realidad
superior al resto por tratarse, por ejemplo, de la condición más
abstracta posible. Pero
como
se va a insistir mucho en el siglo XX,
retomando la historia de muchos pensadores que a lo
largo
de la historia de la filosofía no fueron ubicados en el mainstream
oficial: el
«ser» antes que
nada
es una palabra. «Ser» antes de ser lo que es, es una palabra: la
palabra «ser». Del mismo modo
que
todo es una palabra y la palabra «todo» es una palabra. Si todo,
antes que nada, es texto,
entonces
hay una democratización ontológica que rompe cualquier escalera o
árbol jerárquico.
«Nada
hay fuera del texto»[35],
dice Derrida: el ser, Dios, la verdad, el bien antes que nada y
después
de
todo, son meras palabras…
No hay comentarios:
Publicar un comentario