TEXTO
EXTRAÍDO DEL LIBRO
“¿PARA
QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA?”
(DARIO
SZTANJNSZRAJBER)
5.
La pregunta por el ser
Una
de las preguntas claves de la filosofía es la pregunta por el ser.
¿Pero qué es la pregunta por el Ser?
¿Qué significa preguntarnos por el ser?
Por ejemplo, me pregunto ¿qué es
este
inodoro?, y nuestra mente rápidamente busca entender qué
tipo
de artefacto es un inodoro, de qué está hecho,
para
qué sirve, cómo fue construido, incluso se puede hacer una historia
del inodoro y de sus respectivas formas en tiempos históricos
varios. Siempre abordamos la pregunta por el inodoro poniendo el
acento en su funcionamiento. En realidad cuando indago qué es un
inodoro, lo que busco
es
saber cómo funciona este aparato. Pregunto por el ser
y
respondo por el cómo.
Pregunto por el qué
y
respondo por el cómo.
Y no está mal. Una de las formas de responder la pregunta por el ser
es a través del funcionamiento de cualquier ente.
Las
cosas, las entidades que nos rodean tienen un sentido, «funcionan»,
sirven para algo, poseen una razón de ser. Son útiles. Así, si yo
pregunto qué es la orina, hay todo un saber que responde a partir
del entrecruzamiento disciplinar de la biología y la química como
mínimo. O si pregunto qué
es
una cadena de un inodoro, intervienen otros saberes como la mecánica
o la ingeniería. Pero en todos los casos entiendo la pregunta por el
ser como una pregunta que busca incluir el sentido de cualquier
entidad en una red conceptual que la contenga. Explicar algo no es
más que hacerlo parte
de
una trama dentro de la cual cobra sentido. Inodoro va siempre con
baño que va siempre con orinaque va siempre con intimidad que va
siempre con la separación entre lo público y lo privado que ¿va
siempre?
Por eso, entramar todo concepto es algo importante de no dar por
obvio, en especial
cuando
nuestra tradición siempre ha apostado a entender el ser como algo
cerrado, propio de la cosa,
como
una especie de alma o corazón del objeto cuyo objetivo es darle
sentido. Quiero decir; poner
en
evidencia que todo es parte de una trama es antes que nada
desnaturalizar su significado,
relativizarlo.
O más que relativizarlo, es desencializarlo, descentrarlo de su
obvia conexión esencial
con
las cosas, mostrar el carácter de constructo
de
toda esencia.
¿Qué
es una esencia? Algo sin lo cual, la entidad deja de ser lo que es.
Así de simple. La
esencia
de este inodoro no es su color blanco, ni su material, ni su tamaño,
ya que todos estos rasgos
pueden
cambiar y el inodoro sigue siendo lo que es. Está claro que la
esencia es la clave, el nudo, el
ADN
de cualquier objeto y por ello define su ser. La misma palabra
«esencia» deriva en latín del
verbo
ser. ¿Pero realmente podemos captar el ser de algo como si se
tratase de un espíritu interior
que
habita en la cosa y le da sentido? ¿Realmente creemos que aquello
que define a cualquier cosa es
algo
autónomo, autárquico, estable, y que no debe relacionarse con nada
ya que sino estaría
dependiendo
de otra cosa y por eso perdiendo su propósito? O dicho de otro modo,
¿es posible
pensar
algo por fuera de su contexto? ¿Qué sería este baño para un
marciano que nunca haya visto o
sabido
que existe la orina? Sin hablar de que tal vez nunca haya visto o
percibido una línea, un
segundo,
una dimensión, una palabra. ¿Son los conceptos con los que nos
manejamos nociones
independientes,
o se encuentran siempre en relación con otros conceptos? Un dilema
que nos arroja
concepciones
muy diferentes de la realidad. ¿Qué diría un marciano? El marciano
ahondaría la
segunda
manera de comprender la pregunta por el ser. ¿Pero cuál es?
Si
un marciano apareciera por primera vez en nuestro planeta y cayera
justo en este bar, ¿qué
cosas
no entendería? Supongamos que la idea de marciano refiere a una
otredad radical, esto es, a
alguien
que no comparte nada de nuestra concepción de lo real. Supongamos
que no solo no fuese una
criatura
material o corporal, sino que además no compartiese nuestra lógica,
nuestra racionalidad. Si
así
fuera, no entendería nada. Pero nada de nada. No solo se
sorprendería de ese líquido transparente
con
olor a alcohol que estamos todos ingiriendo, sino que no entendería
qué es un vaso, y por qué en
su
interior hay líquido; pero además qué es un líquido, y por qué
lo tomamos, y por qué el líquido
desaparece
detrás de nuestras bocas. Pero esto no es todo, sino que está lejos
de ser algo: no
comprendería
las leyes más básicas de la lógica, de la causalidad, de la
secuencia. Lo asombraría no
esta
pared o esta sonrisa, sino que haya formas, colores, dimensiones. Lo
asombraría todo.
Hay
algo en la pregunta por el ser en esta perspectiva. Tiene que ver con
la recuperación
originaria
de la capacidad de asombro. Claro está que todo radica en el lugar
que le damos al ser.
Casi
como llegando a la pregunta más temible: ¿qué es el ser? La
pregunta tautológica, la pregunta de
todas
las preguntas. Si el ser es el principio o el punto de llegada (que
para el caso es lo mismo), el
ser
se vuelve el fundamento del funcionamiento de las cosas. Se lo piensa
así como ser supremo. Se
lo
piensa así como aquello que le da ser a todas las cosas. Y sin
embargo, si aún concebimos a lo
real
como una escalera jerárquica donde cada escalón superior fundamenta
y da sentido al escalón
inferior
y necesitamos entonces que haya un último escalón definitivo para
que el universo todo nos
cierre
sin fisuras, entonces el ser se vuelve fundamento último cuya
presencia explica por derivación
el
funcionamiento de todo lo que hay. El ser se vuelve la clave del
orden. Pero si por el contrario,
entendemos
al ser como un resto,
esto es, como la pregunta que se haría siempre el marciano que
observa
todo desde un lugar desacostumbrado y se anima a interpelar lo real:
¿qué es
la ginebra?
Pero
no quién la hace o de qué está hecha o qué tipo de alimento es o
qué efectos genera en nuestro
cuerpo,
sino ¿por qué hay
ginebra?, ¿qué
significa que la ginebra sea, y que sea así y no de otro
modo,
y por qué de entre las infinitas combinaciones posibles que se
podría haber dado entre los
líquidos,
se dio sin embargo una entre millones que dio como resultado a la
ginebra que se viene
produciendo
hace siglos como una bebida alcohólica más en un mundo donde los
hombres toman este
tipo
de bebidas y no otras cuando podrían haber tomado otros millones
tipos de bebida? O mejor;
¿qué
resto
queda una vez
que dejamos de lado todo lo que hay dicho y explicado sobre la
ginebra, de
modo
tal que si se nos ocurriese una nueva respuesta también pudiésemos
seguir interrogándola con
un
nuevo por
qué? Un resto
que nunca se
constituye en algo porque siempre sobra…
La
pregunta por el ser o la pregunta del marciano va por otro lado,
recorre otra perspectiva
posible
o apunta a lo imposible. No se preocupa por lo que de
ginebra tiene
esta ginebra, sino que se
preocupa
por lo que tiene de ser,
ya que antes que nada, la ginebra es.
O dicho de otro modo; tengo
ante
mí una «entidad ginebra». A la filosofía le interesa lo que tiene
de «entidad» y no lo que tiene de
«ginebra».
La ginebra es algo, lo que sea, no importa. Pero es algo. A la
filosofía le interesa por qué
es
algo y algo peor, ¿por qué es?
Me
están mirando mal. El señor que me hablaba de la inflación le está
susurrando a otros algo
sobre
mi persona. Me doy cuenta. Pago y salgo. Me persiguen con las
miradas. ¿Será así o me siento
perseguido?
Pero giro sobre mis espaldas y ya no veo que nadie me esté mirando.
Cuando se duda de
todo,
se entra en un estado de extrañamiento.
¿Y si mejor
vuelvo? Estaba rica la ginebra. ¿Pero qué
es
la
ginebra? Y así…
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