Sigmund Freud: las tres humillaciones
del narcisismo humano
El narcisismo general, el amor propio
de la Humanidad, ha sufrido hasta ahora tres graves ofensas por parte
de la investigación científica:
a) El hombre creía al principio, en la
época inicial de su investigación, que la Tierra, su sede, se
encontraba en reposos en el centro del Universo, en tanto que el Sol,
la Luna y los planetas giraban circularmente en derredor de ella.
Seguía así ingenuamente la impresión de sus percepciones
sensoriales, pues no advertía ni advierte movimiento alguno de la
Tierra, dondequiera que su vista puede extenderse libremente, se
encuentra siempre en el centro de un círculo, que encierra el mundo
exterior. La situación central de la Tierra le era garantía de su
función predominante en el Universo, y le parecía muy de acuerdo
con su tendencia a sentirse dueño y señor del Mundo.
La destrucción de esta ilusión
narcisista se enlaza, para nosotros, al nombre y a los trabajos de
Nicolás Copérnico en el siglo XVI. Mucho antes que él, ya los
pitagóricos habían puesto en duda la situación preferente de la
Tierra, y Aristarco de Samos había afirmado, en el siglo III a. de
J.C., que la Tierra era mucho más pequeña que el Sol, y se movía
en derredor del mismo. Así, pues, también el gran descubrimiento de
Copérnico había sido hecho antes de él. Pero cuando fue ya
generalmente reconocido, el amor propio humano sufrió su primera
ofensa: la ofensa cosmológica.
b) En el curso de su evolución
cultural, el hombre se consideró como soberano de todos los seres
que poblaban la Tierra. Y no contento con tal soberanía, comenzó a
abrir un abismo entre él y ellos. Les negó la razón, y se atribuyó
un alma inmortal y un origen divino, que le permitió romper todo
lazo de comunidad con el mundo animal. Es singular que esta
exaltación permanezca aún ajena al niño pequeño, como al
primitivo y al hombre primordial. Es el resultado de una presuntuosa
evolución posterior. En el estadio del totemismo, el primitivo no
encontraba depresivo hacer descender su estirpe de una estirpe
animal. El mito, que integra los residuos de aquella antigua manera
de pensar, hace adoptar a los dioses figura de animales, y al arte
primitivo crea dioses con cabeza de animal ; acepta sin asombro
que los animales de las fábulas piensen y hablen [...]
Todos sabemos que las investigaciones
de Darwin y las de sus precursores y colaboradores pusieron fin, hace
poco más de medio siglo, a esta exaltación del hombre. El hombre no
es nada distinto del animal ni algo mejor que él ; procede de
la escala zoológica y está próximamente emparentado con unas
especies, y más lejanamente, a otras. Sus adquisiciones posteriores
no han logrado borrar los testimonios de su equiparación, dados
tanto en su constitución física como en sus disposiciones anímicas.
Esta es la segunda ofensa -la ofensa biológica- inferida al
narcisismo humano.
c) Pero la ofensa más sensible es la
tercera, de naturaleza psicológica.
El hombre, aunque exteriormente
humillado, se siente soberano en su propia alma. En algún lugar del
nódulo de su yo se ha creado un órgano inspector, que vigila sus
impulsos y sus actos, inhibiéndose o retrayéndose implacablemente
cuando no coinciden con sus aspiraciones. Su percepción interna, su
conciencia, da cuenta al yo en todos los sucesos de importancia que
se desarrollan en el mecanismo anímico, y la voluntad dirigida por
estas informaciones ejecuta lo que el yo ordena y modifica aquello
que quisiera cumplirse independientemente. Pues esta alma no es algo
simple, sino más bien una jerarquía de instancias, una confusión
de impulsos, que tienden, independientemente unos de otros, a su
cumplimiento correlativamente a la multiplicidad de los instintos y
de las relaciones con el mundo exterior. Para la función es preciso
que la instancia superior reciba noticia de cuanto se prepara, y que
su voluntad pueda llegar a todas partes y ejercer por doquiera su
influjo. Pero el yo se siente seguro, tanto de la amplitud y
fidelidad de las noticias como de la transmisión de sus mandatos.
En ciertas enfermedades, y desde luego
en las neurosis por nosotros estudiadas, sucede otra cosa. El yo se
siente a disgusto, pues tropieza con limitaciones de su poder dentro
de su propia casa, dentro del alma misma. Surge de pronto
pensamientos que no se sabe de dónde vienen, sin que tampoco sea
posible rechazarlos. Tales huéspedes indeseables parecen incluso ser
más poderosos que los sometidos al yo ; resisten a todos los
medios coercitivos de la voluntad, y permanecen impertérritos ante
la contradicción lógica y ante el testimonio contrario de la
realidad. O surgen impulsos, que son como los de un extraño, de
suerte que el yo los niega, pero no obstante ha de temerlos y tomar
medidas precautorias contra ellos. [...]
El psicoanálisis procura esclarecer
estos inquietantes casos [...] y puede, por fin decir al yo: «No se
ha introducido en ti nada extraño ; una parte de tu propia vida
anímica se ha sustraído a tu conocimiento y a la soberanía de tu
voluntad. Por eso es tan débil tu defensa ; combates con una
parte de tu fuerza contra la otra parte, y no puedes reunir, como lo
harías contra un enemigo exterior, toda tu energía [...]. Todo este
proceso sólo se hace posible por el hecho de que también en otro
punto importantísimo estás en el error. Confías en que todo lo que
sucede en tu alma llega a tu conocimiento, [...] llegas incluso a
identificar lo "anímico" con lo "consciente" ;
esto es, con lo que te es conocido, a pesar de la evidencia de que a
tu vida psíquica tiene que suceder de continuo mucho más de lo que
llega ser conocido a tu conciencia. Déjate instruir sobre este
punto. Lo anímico en ti no coincide con loo que te es consciente ;
una cosa es lo que algo suceda en tu alma, y otra que tú llegues a
tener conocimiento de ello. [...] No debes acariciar la ilusión de
que obtienes noticia de todo lo importante. [...] ¿Quien puede
estimar, aun no estando tú enfermo, todo lo que sucede en tu alma
sin que tú recibas noticia de ello o sólo noticias incompletas y
falsas ? Te conduces como un rey absoluto que se contenta con la
información que le procuran sus altos dignatarios y no desciende
jamás hasta el pueblo para oír su voz. Adéntrate en ti, desciende
a tus estratos más profundos y aprende a conocerte a ti mismo ;
sólo entonces podrás llegara comprender por qué puedes enfermar y,
acaso, también a evitar la enfermedad».
Así quiso el psicoanálisis aleccionar
al yo. Pero sus dos tesis, la de que la vida instintiva de la
sexualidad no puede ser totalmente domada en nosotros y la de que los
procesos anímicos son en sí inconscientes, y sólo mediante una
percepción incompleta y poco fidedigna llegan a ser accesibles al yo
y sometidos por él, equivalen a la afirmación de que el yo no es
dueño y señor en su propia casa. Y representan el tercer agravio
inferido a nuestro amor propio ; un agravio psicológico. No es,
por tanto, de extrañar que el yo no acoja favorablemente las tesis
psicoanalíticas y se niegue tenazmente a darles crédito.
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Una dificultad del psicoanálisis, en
Obras completas, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid 1968, vol. II, p.
1110-1112.
Textos de Diccionario Herder de
filosofía
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