Taoísmo clásico o filosófico (VIII-III a.C.)
Corresponde al Periodo de Primavera y Otoño (770-476 a.C.) y al Periodo de
los Estados en Guerra (475-221 a.C.). El Dao-De-Jing (o Libro de la Suprema
Virtud) constituye el primer texto del taoísmo y es atribuido a Laozi, aunque en
su elaboración intervino más de una persona. El mundo natural aparece regido por
tres fuerzas: yang o energía positiva (polo masculino, y que incluye el día, la
belleza, la salud, la vida…), yin o energía negativa (polo femenino, y que
incluye la noche, la fealdad, la enfermedad, la muerte…) y tao (= dao) o
Principio Superior que concilia y contiene los principios inferiores yin y yang.
Éstos son las dos caras de una misma moneda: se complementan y están siempre
ahí, aunque en el mundo fenoménico unas veces se manifieste uno y otras otro. El
símbolo taoísta es un círculo formado por dos partes exactamente iguales, una
negra y otra blanca que se acoplan entre sí; a ese círculo lo envuelve otro
círculo exterior, que representa el tao. La parte negra contiene un punto
blanco, y la parte blanca contiene un punto negro, lo que representa que ningún
elemento del mundo es totalmente positivo ni negativo. El sabio es un individuo
que ha comprendido el funcionamiento natural de las cosas (el tao) y vive en
armonía con él. El tao es la fuente de vida, es invisible a la percepción, jamás
puede agotarse y todas las cosas dependen de él para existir. El tao es una
fuerza impersonal y anónima que rige el funcionamiento del universo, pero no es
una divinidad o espíritu que pueda causar perjuicios o beneficios a los humanos.
Aquí el wu wei o “no acción” no significa no hacer nada o no interferir (como en
Zhuangzi), sino renunciar al uso de la fuerza (un país se gobierna con la
tranquilidad, las armas se usan con parquedad, el mundo se conquista con la
no-acción… cuantas más leyes y decretos se promulguen, más bandidos y ladrones
habrá). El apego a los bienes materiales, los deseos y las emociones deben ser
controlados (el que domina a los demás es fuerte, el que se domina a sí mismo
poderoso); la mente o razón es asimismo dañina, pues al ser insaciable provoca
angustia y desazón (es como querer acallar el eco gritando más que él o querer
vencer a la propia sombra corriendo más que ella). La armonía del tao supone una
experiencia personal profunda: ninguna explicación y argumentación puede hacer
que los demás la comprendan a no ser que ellos mismos previamente la hayan
tenido.
Zhuangzi, en su obra Zhuang-zi, y Lie-zi, en el Libro de la perfecta
vacuidad, condenan abiertamente las normas sociales y culturales, todas ellas
auténticas barreras para la libertad de expresión individual. El orden
establecido es corrupto y, por ello, lo mejor es vivir al margen de la sociedad,
cuidando el cuerpo y dedicándose a la contemplación y a la meditación. El
Zhuang-zi ha influido profundamente en la sensibilidad artística china; aunque
es un libro filosófico y no tiene directamente nada que ver con el arte y la
literatura, ha inspirado a poetas como Li Bai (Li Bo), artistas y letrados con
sus ideas sobre el “autoolvido”, la contemplación serena de la naturaleza y la
unión intuitiva con el Tao. Solamente cuando se funde con esta “unidad
universal”, el hombre puede alcanzar una paz interior imperturbable. Y para ello
es imprescindible relativizar los afectos y los sentimientos, situándolos dentro
de la totalidad de la naturaleza; así vencerá al dolor, al miedo, será
invulnerable y cabalgará sobre las nubes.
Hay que intentar ser como el gran Todo: silencio, quietud y perfecta
indiferencia. Los que actúan en busca de la fortuna y de la gloria, quieren
salvar el mundo y se entregan al servicio del estado no son más que tontos
ingenuos que desperdician su energía vital. Asimismo, hay que descartar todo
pensamiento discursivo, porque el lenguaje, institución social, es uno de los
mayores obstáculos en la comunicación con el Uno o el Todo. Todas las
distinciones son arbitrarias. Vida y muerte son sólo dos fases alternas de la
misma realidad. Toda enseñanza transmitida por medio de la palabra es vanidosa e
ilusoria, los escritos de los antiguos son sólo sus heces: es de forma directa,
por medio de su influencia insensible y sin pronunciar palabra como el sabio
instruye a sus discípulos. La única realidad verdadera es el poder de
transformación indefinido, el principio inmanente de la espontaneidad cósmica
que es el Tao (Dao); el resto de las “verdades” son fugitivas, relativas y
perecederas.
Este taoísmo filosófico ha imbuido profundamente las manifestaciones
culturales típicamente chinas: es el latir de fondo de su poesía y de su
pintura. Poetas como Li Bai (Li Bo), Du Fu, Wang Wei, Su Dong-Po (Su Shi), Han
Yu… todos ellos representantes del mayor momento de esplendor de la poesía china
y que, a su vez, ejercerán una decisiva influencia en las generaciones
posteriores, manejan constantemente conceptos y estados de ánimo propios de los
taoístas. Wang Wei, poeta y pintor paisajista, tiene poemas que pueden ser
considerados auténticas pinturas en palabras: Desde hace poco conozco una
profunda quietud./ Mi espíritu no se inquieta por nada del mundo./ La brisa que
viene del bosque de pinos/ hace volar mi bufanda./ La luna de la montaña brilla
sobre el arpa./ ¿Me preguntáis la razón del éxito o del fracaso?/ La canción del
pescador se hunde en el río.
Material extraído de:
El Taoismo y las Enseñanzas de Lao Zi _ www.elhistoriador.es.html